Releí esta semana 1984, la novela de George Orwell. Hacía más de treinta años que la había leído por última vez. La recordaba como una buena novela, tal vez un poco menor. Me equivocaba. Es una gran novela, escrita por un tipo que, evidentemente, había meditado mucho sobre cuestiones de filosofía política. De los muchos aciertos de la novela voy a destacar sólo dos o tres; uno es el haber imaginado la telepantalla, especie de televisor bidireccional, imposible de apagar, lo cual provee no sólo un panóptico perfecto sino además el medio para un adoctrinamiento sin pausas. Otro acierto es la neohabla (newspeak), nuevo idioma oficial que el partido gobernante está desarrollando para hacer imposible el formular pensamientos contrarios a su ortodoxia. Muchos años antes que Derrida, Orwell ya sabía que, más que dominar una lengua, es la lengua quien nos domina a nosotros.
Finalmente un acierto notable: ¿para que quiere el Partido el poder? Dejemos hablar al texto mismo: "el Partido quiere tener el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el bienestar de los demás; sólo nos interesa el poder... El poder no es un medio, sino un fin en sí mismo. No se establece una dictadura para hacer una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura". Claro, ¿no? Tenebrosamente claro diría yo.
Orwell tenía en mente a las dictaduras fascistas de su tiempo y al stalinismo cuando escribió esta novela. La pregunta es, ¿sigue valiendo para el mundo de hoy?
Podría intentar responder con una disquisición filosófica pero prefiero hacerlo mediante una noticia que apareció en los diarios de hoy. Como muchos saben, al seleccionado de Corea del Norte no le fue demasiado bien en el último Mundial. La inverosímil consecuencia de esto fue que, a su regreso: "en un palco nada improvisado, los jugadores que integraron el seleccionado que perdió todos los partidos durante el Mundial, fueron blanco de los insultos, de los reproches, de las bajezas de unos 400 supuestos fanáticos (funcionarios, oficiales y estudiantes, en su mayoría), parados del otro lado del atrio. Escupitajos, proyectiles durante más de seis horas. Y los entusiastas jugadores -casi todos, amateurs- parados, inmunes, reprimiendo el deseo de contrarrestar tanta cobardía organizada. Hay más: Ri Dong Kyu, el relator de la TV pública, desde el atril, era el satisfecho encargado de destacar los desatinos de cada jugador, como si fuese un experto" (La Nación, 31/07/2010). Pero esto no es todo, la noticia sigue: "El entrenador, siempre vigilado de cerca por un ejército de guardaespaldas, celosamente controlado en cada intervención pública (qué decía y. cómo lo decía) en los ensayos, y luego de cada golpiza deportiva, fue destinado a trabajos forzados. Será uno de los encargados de la construcción de una obra... Para peor, ha sido expulsado del Partido de los Trabajadores. Con todo el daño público que ello significa".
Si a algún improbable lector se le ocurre como cerrar esta nota con algo que esté a la altura de esta muestra de surrealismo sangriento que acabo de transcribir que por favor me la comente. Seguramente Orwell sabría como; yo no.
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