“Durante mucho tiempo –incluso ahora mismo- cuando alguien ha observado con aparente condescendencia ‘ya no hay izquierdas ni derechas’, se supo de inmediato que era de derechas”. (Fernando Savater – Sin contemplaciones). Me gusta el comentario del genial y genioso filósofo español. Le creo además; no me cuesta mucho creerle en verdad.
Sin embargo, en los buenos viejos tiempos ser de izquierda significaba algo muy concreto: quería decir creer en el futuro del socialismo. En el horizonte de toda persona de izquierda estaba la propiedad social de los medios de producción. Había grandes discusiones, claro. Por ejemplo, si a eso se llegaba a través de reformas graduales por medios parlamentarios o mediante una revolución. Si convenía afianzar la revolución socialista en un país o llevar por el contrario la lucha al mundo entero. Estas cuestiones dividieron y subdividieron a las filas de la izquierda hasta extremos absurdos. Pero el horizonte estaba claro. Hoy en día lo único que está claro es que nada está claro, o al menos no tan claro como antes.
Ahondemos un poco: podría argumentarse que la propiedad social de los medios de producción nunca fue un fin en sí mismo sino un medio. El medio para conseguir el verdadero fin: la igualdad social. Que es la realización cabal y completa del ideal democrático. Se trata en realidad de una distinción muy importante. No se puede olvidar que el régimen nazi también estatizó medios de producción. Ernesto Sábato critica lúcidamente lo que él llama el sofisma de la estatización: “el socialismo es estatal, luego todo lo estatal es socialista”, que olvida “que se puede estatizar para el bien como para el mal, en favor del pueblo como en su contra, para la paz y el bienestar común como para la guerra y el privilegio de una casta” (Ernesto Sábato – Uno y el universo).
Hoy en día muchos militantes de izquierda ya no creen que estatizar los medios de producción sea el mejor (ni mucho menos el único) camino para construir una sociedad más igualitaria. El ideal de la igualdad se mantiene sin embargo en pie. Parecería entonces que lo que define a la izquierda es la actitud respecto de la igualdad y la desigualdad. Es lo que sostiene el gran politólogo italiano Norberto Bobbio, que afirma que “el criterio más frecuentemente adoptado para distinguir la derecha de la izquierda es la diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de la igualdad” (Norberto Bobbio – Izquierda y derecha). Esa diferencia de actitud podría sintetizarse diciendo que, para la derecha, la desigualdad es producto de algo parecido a una ley natural y sería por lo tanto poco sano intentar eliminarla; para la izquierda, por el contrario, se trata del producto de instituciones creadas por los seres humanos y, como tales, modificables y perfectibles. Precisa Bobbio más adelante en el mismo libro que “cuando se atribuye a la izquierda una mayor sensibilidad para disminuir las desigualdades no se quiere decir que ésta pretenda eliminar todas las desigualdades o que la derecha las quiera conservar todas, sino, como mucho, que la primera es más igualitaria y la segunda más desigualitaria”.
Creo que el crtiterio que Bobbio define es válido. Sin embargo, y sin ánimo de polemizar con él (¿cómo podría atreverme?) me arriesgo a sugerir un criterio adicional para caraterizar a la izquierda genuina, criterio que, en mi opinión, sirve para distinguirla del mero populismo: ser de izquierda implica entroncarse con ese vasto movimiento cultural, social y político que comenzó en el Renacimiento y que continuó con la Reforma eclesiástica, con las revoluciones democráticas burguesas (la francesa y la estadounidense sobre todo) y con el socialismo y las luchas obreras. Ese movimiento es lo que, en términos generales, suele conocerse como Ilustración o Modernidad y que, según el pensador alemán Jürgen Habermas constituye un proyecto inacabado. Sería justamente tarea de la izquierda el continuarlo y llevarlo a su término.
El proyecto de la Modernidad trae consigo la convicción de que la historia, como lo muestran esos grandes acontecimientos, puede progresar gracias a la acción humana hacia un estado de mayor conocimiento, libertad e igualdad. Tan importante es para la izquierda esta creencia en el progreso que hoy en día el término izquierdista casi se ha reemplazado por el equivalente de progresista.
Para redondear entonces, me parece que en un mundo tan marcado por la desigualdad y la miseria, ser de izquierda sigue teniendo muchísimo significado. Y es el expresado por la convicción inquebrantable de que los seres humanos, ejerciendo su libertad y su razón, pueden darle un sentido a la historia, haciendo “menos grande la desigualdad entre quien tiene y quien no tiene, o a poner un número de individuos siempre mayor en condiciones de ser menos desiguales respecto a individuos más afortunados por nacimiento y condición social” (Norberto Bobbio, Izquierda y derecha).
Un poco embrollado tal vez, ¿no? Se puede decir mejor pero necesito para eso la ayuda de un gran escritor: “El socialismo, tal como ha sido expuesto por sus teóricos —marxistas o no—, es algo más que la nacionalización de la producción y del consumo: es un movimiento profundamente moral, destinado a enaltecer al hombre y a levantarlo del barro físico y espiritual en que ha estado sumido en todo el tiempo de su esclavitud. Es, quizá, la interpretación laica del cristianismo” (Ernesto Sábato – Uno y el universo).
No hay comentarios:
Publicar un comentario