De todos los libros que escribió Juan José Saer (1937-2005), sin duda alguna uno de los más importantes escritores argentinos (y de cualquier nacionalidad) de la segunda mitad del siglo XX, tengo una debilidad especial por Lugar, su último libro de cuentos. Son cuentos breves, de engañosa simplicidad. Es un libro accesible a cualquier lector (no todos los de Saer lo son) de modo que lo recomiendo con fervor. Voy a detenerme aquí en uno solo de sus cuentos: Nieve de primavera.
Como suele ocurrir en este libro, la anécdota del cuento es mínima: un matrimonio italiano, culto y de edad madura, pasea por Viena un primer sábado de primavera. Hay algo de exultante y de luminoso en esa mañana vienesa. De pronto una brusca tormenta de nieve oscurece el cielo y obliga al matrimonio a refugiarse en el primer lugar a mano, una taberna griega.
En la taberna el matrimonio es testigo, mientras toma una copa de vino blanco a la espera de que pase la tormenta, de una escena y de una conversación. La escena es protagonizada por una joven pareja y sus dos hijos pequeños. La esposa llama la atención por su fealdad; sin embargo "su hijo mayor, parado sobre la silla, le hacía continuas y desproporcionadas demostraciones de amor que, de tan intensas y absorbentes, le impedían a la madre mantener una conversación normal con su marido u ocuparse del nene que la reclamaba desde su cochecito". El chico evidentemente, por celos o por lo que fuese, intenta llamar la atención de su madre pero, más allá de los posibles motivos, era obvio que "la mujer más fea del mundo era la más hermosa para su hijo, y que la rapsodia infinita de objetos diferentes que constituyen la música del universo, se resumía para la criatura en uno solo".
La conversación, por su parte, tiene lugar entre un anciano saludable, vulgar y antipático, y un hombre maduro que "parecía escucharlo con resignación". El anciano está exponiendo una filosofía de la vida que el propio texto resume en estos términos: "Un minuto de vida en buena salud, vale más que todos los inventos, todas las teorías y todas las reputaciones. Las pretendidas obras maestras de Brueghel el Viejo que conservan los museos de la ciudad y los imponentes monumentos arquitectónicos, no pesan nada en comparación con el sabor de este vino que, en este mismísimo momento, pasa a través de mis labios". Al salir de la taberna, el matrimonio concluye que "en los cafés de Viena las conversaciones tratarán de empirismo, de positivismo lógico y de muchas cosas más, pero habrá sido, es y será siempre en las tabernas griegas donde se discuta en serio de filosofía".
Ya está, ya Saer dispuso con maestría sus elementos. ¿Que nos dice esta historia tan mínima, tan simple en apariencia?
En primer lugar está la contraposición entre la luminosa mañana primaveral y la tiniebla que la súbita tormenta impone. Esta contraposición es paralela a una segunda: la del positivismo lógico que reina en los cafés de Viena y las cuestiones que se ventilan dentro de la taberna. Mi improbable lector no tiene por que saber qué es el positivismo lógico; baste aquí con decir que fue un movimiento filosófico nacido en Viena, que intentó crear una filosofía tan clara y exacta como la ciencia y la matemática. Que el cuento transcurra en Viena no es por lo tanto casual. Tampoco lo es que sea griega la taberna en la que están en juego cuestiones vitales: la belleza y el amor y el sentido mismo de la vida.
Viena, la República de Austria para ser exactos, tuvo realmente su luminosa primavera; fue justo antes de la 2da guerra. Gobierno socialista y filosofía científica; racionalismo arquitectónico y modernismo artístico; psicoanálisis, física cuántica y austromarxismo. El imperio de la razón y de las luces. La negra y helada tormenta del hitlerismo estaba esperando para irrumpir y terminar de un golpe con todo. Menos mal, parece decirnos Saer, menos mal que siempre está Grecia, lo que Grecia representa, la reflexión sobre las cosas últimas, las que de verdad preocupan y angustian a estos pobres seres que somos, y que constituyen la verdadera filosofía, la que siempre está allí para rescatarnos del barro en el que de tanto en tanto caemos.
Nada mal para un cuento de un par de páginas, ¿verdad? Querido e improbable lector, dejá ya mismo de perder el tiempo con este blog de barrio y andá corriendo a comprar un ejemplar de Lugar. Creeme que vale la pena.
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