viernes, 12 de noviembre de 2010

El mito de la Argentina próspera (1ra Parte)

Mario Vargas Llosa, reciente Premio Nobel de Literatura y escritor al que admiro mucho (ver mi entrada del 11/10 en este mismo blog), declaró recientemente que la Argentina “era un país desarrollado, próspero" que "se ha ido subdesarrollando por razones puramente políticas... y para mí eso tiene un nombre, que es el peronismo”. Se trata de una opinión bastante común entre los antiperonistas. La pregunta clave es: ¿se sostiene?
La lectura de Marcados a fuego – la violencia en la historia argentina de Marcelo Larraquy me hace pensar que no. El libro de Larraquy arranca en 1890. En ese entonces el régimen gobernante estaba sostenido “por una coalición de oligarquías provinciales y una autoridad centralizada —y militarizada, en caso de sediciones—, con un fuerte liderazgo presidencial que arbitraba en los conflictos de la elite y controlaba la vida política por medio de una maquinaria electoral que amedrentaba el acceso al voto de la oposición partidaria” (Marcelo Larraquy – Marcados a fuego. Las citas a partir de acá son todas del mismo libro). En otras palabras, la oligarquía se aseguraba la permanencia en el poder para defender sus intereses, y no excluía la violencia ante cualquier intento de limitar dicho poder. Un ejemplo: en 1893 los suizos de las colonias agrícolas de Santa Fe se sublevaron ante un nuevo impuesto al quintal de trigo fijado por el gobierno provincial para aliviar su déficit fiscal (cualquier semejanza con la actualidad no es pura coincidencia). La sublevación de los colonos suizos fue finalmente derrotada. La represión fue terrible: “el hotelero Antonio von Will, (fue) degollado por el comandante Benito Romero para vengar la pérdida de su hermano Camilo, también comandante, ultimado por los colonos. Romero ordenó que degollaran a Will ‘a lo chancho’, y que removieran el cuchillo en su garganta. Lo dejaron morir desangrado en un arroyo” Y más adelante: “Esto era apenas una muestra del terror paraoficial que sobrevendría en la campaña. Los colonos fueron detenidos, saqueados y ultrajado... No hubo distinciones en la persecución. Familias de inmigrantes alemanes e italianos, que tuvieron una participación acotada en los alzamientos, también fueron reprimidas con ferocidad”.
Entre 1887 y 1889 ingresaron al país 450,000 inmigrantes; en muchos casos fueron muy maltratados: “En una carta publicada en la prensa obrera en 1891, el inmigrante José Wanza explicó que había llegado a la Argentina impulsado por agentes argentinos en Viena, que le hablaron de la riqueza y el bienestar del país. Pero, una vez en Buenos Aires, vagó por la ciudad sin encontrar trabajo. Según su relato, alojado ‘en el hotel de Inmigrantes, una inmunda cueva sucia, los empleados nos trataron como si hubiésemos sido esclavos. Nos amenazaron a echarnos a la calle si no aceptábamos una oferta de ir como jornaleros para el trabajo en plantaciones a Tucumán con un salario de 20 pesos por mes...’. Finalmente, aceptó”.
Las condiciones de vida de los inmigrantes solían ser miserables: “Según el censo de 1904, en la ciudad había 2462 conventillos de construcción precaria y con deficiencias sanitarias que estaban habitados por más de 150.000 personas, la sexta parte de la población de Buenos Aires. En cada cuarto vivían hasta diez personas, que además lo utilizaban como cocina y taller de costura o planchado”.
En semejante situación, los trabajadores empezaron a luchar por mejores condiciones: fueron violentamente reprimidos. En 1902, se puso en vigencia la ley 4144 –Ley de Residencia– en virtud de la cual podía ordenarse la expulsión del país de todo extranjero que perturbara la paz pública, comprometiera la seguridad nacional o participara de "delitos comunes". En 1907 la Marina fusiló a obreros portuarios de Ing White, que reclamaban la reincorporación de trabajadores despedidos, aumentos salariales y jornadas de ocho horas. “La Marina admitió su responsabilidad en el hecho…. El presidente Figueroa Alcorta no se pronunció, pero hizo reforzar la custodia de los edificios públicos”.
En 1906 el coronel Falcón fue designado jefe de la Policía para enfrentar el crecimiento de los disturbios sociales. Inmediatamente se encargó de militarizar la fuerza: “Falcón convirtió la Policía en un cuartel de guerra, con un sistema comando especializado en tácticas y estrategias militares, a fin de que el Estado tuviera el control ideológico de la sociedad y estuviese preparado para la acción violenta frente a los nuevos desafíos políticos y sociales”. En 1909, en medio de un clima agitado por huelgas y reclamos, la nueva policía reprimió a balazos una manifestación obrera: “Los revólveres Colt y los sables se descargaron sobre la multitud. Entre gritos y corridas, la manifestación se desbandó. Se cruzaron disparos. Los cuerpos empezaron a caer. La sangre tiñó los charcos de agua. Los muertos superaban la docena. Había casi ochenta heridos. Eran de origen español, italiano y ruso. Por la noche, Falcón ordenó redadas en locales anarquistas y socialistas. Hubo casi mil detenidos, muchos de los cuales empezaron a ser sumariados por violar la Ley de Residencia. Los esperaba la deportación. Tenían tres días para salir del país”. Se inició así la llamada Semana Roja. Al día siguiente, en el funeral de las víctimas, la policía volvió a cargar violentamente sobre los trabajadores. “El anarquismo y el socialismo llamaron a una huelga por la libertad de los detenidos... También reclamaron la renuncia de Falcón. La huelga duró una semana. Participaron cerca de trescientos mil trabajadores. Pero Falcón no renunció. Su acción fue apoyada por Figueroa Alcorta”. La violencia social desatada iba a cobrarse de todos modos la vida del coronel Falcón. Un militante anarquista, Simón Radowitzky, lo mató ese mismo año para vengar a sus compañeros muertos en la represión.
La historia se está haciendo larga pero, la verdad, queda todavía bastante tela para cortar, de modo que propongo seguirla en otra nota posterior.

2 comentarios:

  1. Arrodillada junto a su cama, en ropa interior, con un balazo en su nuca. "Sabemos que se suicidó. Lo que no sabemos es quién lo hizo".

    "La pesadilla tiene una estructura aristotélica, pero trunca. No llega al final.... A la pesadilla le falta siempre el final. Por eso agobia. Por eso angustia. Por eso mata. Porque no tiene solución. Es el mal eterno. El pánico. La desolación absoluta".
    (Juan Martini, Cine. II.Europa, 1947)

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  2. Jajajajajajajaja... MUY agudo, muy agudo en verdad. Y lo hiciste sabiendo que se trata de un escritor que me gusta especialmente. Stephen Dedalus en el Ulysses dice que "la historia es una pesadilla de la que estoy tratando de despertar". Él hablaba, claro, de Irlanda. Pero es aplicable a la Argentina también.

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