Soy definitivamente un borgeano. Si me viese forzado a elegir un solo escritor no lo dudaría un instante: Borges. Creo que es el escritor más importante del siglo XX en lengua castellana, y también que todos los escritores posteriores le deben algo; Borges cambió la forma de escribir en nuestro idioma.
Por eso seguramente mi improbable lector se sorprenderá por lo que voy a decir ahora: creo que la Academia Sueca tuvo razón en no otorgarle el Premio Nobel. Me explicaré: Alfred Nobel instituyó su premio para reconocer a “aquellos que durante el año precedente hayan realizado el mayor beneficio a la humanidad” (Alfred Nobel - Testamento). Y, el premio de Literatura es específicamente para “la persona que haya producido la obra más sobresaliente de tendencia idealista dentro del campo de la literatura” (Alfred Nobel - Testamento). En otras palabras, el ganador de un Premio Nobel debe ser una persona que encarne el ideal de servicio a la humanidad. Y Borges, cuando estaba maduro para ganar el premio, se mandó el macanón de alabar públicamente al indefendible tirano chileno Augusto Pinochet, y de aceptar un doctorado honoris causa en Chile. Es verdad que se arrepintió después, pero ya era tarde. También es verdad que muchas personas que no representan ni de cerca esos valores han ganado el famoso premio, pero ésa es otra cuestión. Borges perdió el Nobel y fue justo.
Si cuento esta historia es para contrastarla con la de Mario Vargas Llosa, reciente ganador del Premio Nobel de Literatura. Vargas Llosa viene defendiendo desde hace más de un cuarto de siglo una posición política de derecha. Es un liberal convencido. Pero su liberalismo no se limita al campo económico; es también, y sobre todo, un liberal en política. Como tal se ha opuesto siempre, en forma totalmente consecuente, a todos los regímenes dictatoriales, tanto de derecha como de izquierda. Entonces, uno puede estar o no estar de acuerdo con el liberalismo económico que Vargas Llosa defiende (yo en particular no lo estoy) pero se trata de una materia opinable; no es intrínsecamente contradictorio creer que ése es el mejor camino para llegar al mayor bienestar para todos. Y no hay dudas de que en el campo político Vargas Llosa defendió siempre los valores de la democracia y de la libertad.
En verdad me puso muy feliz este premio. No conozco la totalidad de la obra de Vargas Llosa pero sí la mayor parte. Creo que es un gran escritor –lo considero de hecho el escritor viviente más grande que yo haya leído– y además, por lo que dije antes, uno que representa perfectamente los ideales que el Premio Nobel promueve. Se trata entonces de un muy justo reconocimiento, que honra además a la Academia Sueca.
La obra de Vargas Llosa es política desde sus primeras novelas y cuentos. Pero lo es en el sentido profundo, no en el panfletario. Ya su primera novela, La ciudad y los perros, que transcurre en la Escuela Miltar Leoncio Prado, especie de microcosmos de la sociedad peruana, inicia una verdadera disección de esta sociedad –y por extensión de la latinoamericana– que va a continuar a lo largo de sus obras siguientes: Los cachorros, La casa verde y La conversación en la Catedral. Esta última es, de todas sus novelas, mi favorita. En palabras del crítico Alfredo Matilla Rivas la novela, de una tremenda complejidad estructural, “logra el análisis de la violencia en casi todos los niveles sociales, políticos y culturales del Perú urbano… universaliza la violencia, la convierte una vez más en el motor central del asunto”. La historia transcurre en la época de la dictadura de Odría; es, creo, uno de los intentos más logrados de contar una dictadura latinoamericana desde adentro. El hecho de que el personaje principal sea un funcionario relativamente menor –un secretario de estado– pero influyente, le otorga a mi juicio una particular eficacia.
Tal vez fue la densidad de estas novelas la que produjo el vuelco de su autor a dos novelas humorísticas memorables –Pantaleón y las visitadoras y La tía Julia y el escribidor– seguidas por una monumental novela histórica, La guerra del fin del mundo, que narra la inverosímil, pero verdadera historia de Antonio Conselheiro, especie de santón y líder popular del nordeste brasileño a fines del siglo XIX. Esta novela implicó un enorme esfuerzo de investigación histórica por parte del escritor. Se trata de una novela clásica, escrita a la manera de las grandes novelas del siglo XIX a las que Vargas Llosa admira mucho.
Después vino Historia de Mayta, una novela relativamente menor pero que marca claramente el giro de su autor a la derecha. La novela cuenta la historia de un revolucionario marxista, Mayta, y su delirante intento de hacer una revolución socialista en el Perú. El tono es satírico y su blanco es claramente la izquierda latinoamericana. Por ejemplo, el grupo en el que milita Mayta, el POR (T) –escisión del Partido Obrero Revolucionario (la letra “T” es de “Trotskista")– tiene apenas cinco miembros. Antes califiqué a esta novela de menor, pero creo que lo es sólo por su extensión. A mi personalmente me gusta muchísimo y además se trata de una novela muy compleja. La historia, que transcurre en un apocalíptico Perú ficcional, se va construyendo con los testimonios –contradictorios a veces– de diferentes personajes. Al final el lector no está seguro de cual es el “verdadero” Mayta.
Para mi gusto el escritor entró a partir de ese momento en una especie de declinación, probablemente debida en parte a su mayor dedicación a la miltancia política. Publicó sin embargo un par de obras notables: la excelente novela breve Lituma en los Andes, con la que ganó el premio Planeta en 1993, y La fiesta del chivo, obra de denuncia, muy bien lograda, que transcurre durante la terrible dictadura de Trujillo en Santo Domingo.
Otro inmenso escritor contemporáneo, Abelardo Castillo, escribió este sábado en la revista Ñ: “En los mejores libros de Vargas Llosa no se va a encontrar nunca una idea reaccionaria… De Balzac podemos decir que era reaccionario, monárquico y católico. Sin embargo La comedia humana es la serie de libros más antimonárquica, más anticatólica y más progresista que se escribió en Francia. Es en ese sentido que se puede establecer una división muy clara entre el hombre en cuanto ideólogo y el hombre en cuanto escritor”. O sea, según Castillo, un gran escritor siempre va más allá de su ideología y puede ser disfrutado plenamente por quienes no la comparten. Creo que Castillo tiene toda la razón. Sólo me resta agregar “por suerte”.
estoy de acuerdo con respecto a Vargas Llosa, es lo mas exacto que he leido, pero Castillo me harto, solo habla de el. Denosta al Nobel. Pamuk y Coetzee entraron a mi vida gracias al premio. Supongo que Vargas Llosa no puede dormir por culpa de Castillo....
ResponderEliminarCarolina
Jajajajajajaja. Carolina, tenés mucha razón. Los argentinos somos terribles; Borges dijo en un ensayo que un extranjero piensa siempre que el escritor que ganó un premio tiene que ser bueno, mientras que un argentino piensa que tal vez no sea malo.
ResponderEliminarEs obvio que, más allá de inevitables errores y omisiones, el Nobel es un premio importantísimo. A los dos escritores que mencionás yo también los conocí a partir del premio.
En fin, Castillo tiene sus cosas, como todos, pero es un escritor monumental. No dejes de leerlo aunque a veces sus opiniones te disgusten.
Mil gracias por tu comentario.