sábado, 16 de octubre de 2010

Elogio de la lentitud

“La velocidad es la forma de éxtasis que la revolución técnica ha brindado al hombre” dice el escritor checo Milan Kundera en su novela La lentitud. “Contrariamente al que va en moto, el que corre a pie está siempre presente en su cuerpo, permanentemente obligado a pensar en sus ampollas, en su jadeo; cuando corre siente su peso, su edad, consciente más que nunca de sí mismo y del tiempo de su vida. Todo cambia cuando el hombre delega la facultad de ser veloz a una máquina: a partir de entonces, su propio cuerpo queda fuera de juego y se entrega a una velocidad que es incorporal, inmaterial, pura velocidad, velocidad en sí misma, velocidad éxtasis”.
Es muy buena la observación de Kundera, sobre todo en tiempos como el que vivimos, en lo que todo parece que debe ser ya. Rapidez, agilidad, urgencia, son las palabras de hoy, las que están omnipresentes en la cantilena de los líderes empresarios. Klaus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico Mundial, expuso la necesidad de correr, en los siguientes términos: “Estamos pasando de un mundo donde el grande se come al pequeño a un mundo donde los rápidos se comen a los lentos. (En Carl Honoré – Elogio de la lentitud).
Y voy a traer a colación una modesta anécdota personal: hace unos años, estando yo de vacaciones, mi gerente de aquel entonces me llamó para pedirme que las interrumpiese por un par de días para hacerle una presentación a un cliente, presentación que, de más está aclararlo, era urgentísima, no podía esperar, tenía que ser ya. Lo hice (que remedio me quedaba). El cliente tomó finalmente la decisión de compra… un año después. ¿Dónde estaba entonces la urgencia? ¿En la realidad o sólo en la imaginación de aquel gerente, colonizada por la ansiedad?
Volvamos a Kundera: “Curiosa alianza: la fría impersonalidad de la técnica y el fuego del éxtasis. Recuerdo una norteamericana, a la vez ceñuda y entusiasta… que hace treinta años me dio una lección (gélidamente teórica) sobre la liberación sexual; la palabra más recurrente en su discurso era la palabra «orgasmo»; conté las veces: cuarenta y tres. El culto al orgasmo: el utilitarismo puritano proyectado en la vida sexual; la eficacia contra la ociosidad; la reducción del coito a un obstáculo que hay que superar lo más rápidamente posible para alcanzar una explosión extática, única meta verdadera del amor y del universo”. Otra vez, tremendamente certero Kundera. La raíz de todo este asunto está en el utilitarismo puritano y su culto de la eficacia. Eso es lo que estaba en la cabeza del gerente de marras (sin que él lo sospechara, obviamente). Supongo que debe ser más divertido aplicarlo al sexo, como lo hacía la norteamericana de la historia, pero en el fondo lo mismo da.
Los idiomas conservan a veces una sabiduría escondida en sus rincones. En latín –y por derivación en nuestro castellano– la palabra para designar la ocupación es negocio que significa literalmente negación del ocio. Como si el ocio fuese el estado fundamental del hombre del que, esporádica y lamentablemente, cada tanto hay que salir para rebajarse a las actividades prácticas de la vida material. En contraposición, la palabra inglesa business proviene de busy, ocupado; es la condición de estar ocupado. La diferencia entre los lenguajes revela toda una diferencia entre las actitudes vitales, diferencia que el dominio económico que el mundo anglosajón ejerce va borrando de a poco.
Pero, ya que como hemos visto, esta obsesión por la velocidad es un tema cultural derivado del puritanismo utilitarista, podríamos preguntarnos: ¿es necesariamente válido? Dice Carl Honoré en la obra citada: “ha llegado el momento de poner en tela de juicio nuestra obsesión por hacerlo todo más rápido. Correr no es siempre la mejor manera de actuar. La evolución opera sobre el principio de la supervivencia de los más aptos, no de los más rápidos. No olvidemos quién ganó la carrera entre la tortuga y la liebre. A medida que nos apresuramos por la vida, cargando con más cosas hora tras hora, nos estiramos como una goma elástica hacia el punto de ruptura”. No se trata, claro está, de dejar de lado las responsabilidades para volcarnos a una fiaca improductiva, sino de recuperar la interioridad, el tiempo para volver a estar con nosotros mismos y con las personas amadas –que es la única forma de estar con uno mismo– escuchándose sin apuros, liberándose de esa necesidad de “tanto correr pa llegar a ningún lado” como dice la copla popular.
Que sea el maestro Kundera quien cierre esta nota: “¿Por qué habrá desaparecido el placer de la lentitud? Ay, ¿dónde estarán los paseantes de antaño? ¿Dónde estarán esos héroes holgazanes de las canciones populares, esos vagabundos que vagan de molino en molino y duermen al raso? ¿Habrán desaparecido con los caminos rurales, los prados y los claros, junto con la naturaleza? Un proverbio checo define la dulce ociosidad mediante una metáfora: contemplar las ventanas de Dios. Los que contemplan las ventanas de Dios no se aburren; son felices”.

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