En noviembre de 2009, en un reportaje publicado por ADN Cultura, el escritor argentino César Aira afirmó lo siguiente: “Creo que la literatura no tiene una función importante en la sociedad. Por otro lado, pienso que la literatura siempre ha sido, es y va a seguir siendo minoritaria”. ¿Qué puedo decir de esto? Que me encanta, eso puedo decir. Creo que es exactamente así. Ahora bien, Aira es un apasionado de los libros. Yo también. Y sin embargo ambos pensamos que la literatura no es tan importante. ¿Cómo es esto?
Aventuro una hipótesis: lo que sí es importante es la ficción. Y es que, por aventurera y rica que sea una vida, de todas formas siempre es limitada. La ficción nos permite superar esa limitación, viviendo en forma vicaria centenares de vidas diferentes y conociendo personas, lugares y épocas que en la vida real jamás conoceríamos. Según Aristóteles, esas “vidas virtuales” de la ficción purgan nuestro espíritu de sentimientos que de lo contrario no tendríamos oportunidad de experimentar, pero que necesitamos purgar por eso de que "nada de lo humano nos es ajeno". La palabra griega para purga es catarsis. La ficción cumpliría entonces una función catártica.
La necesidad de la ficción parece ser una constante en todas las culturas y es claramente anterior al libro. En las culturas antiguas las ficciones se transmitían en forma oral. En nuestros días es clarísimo que mucha más gente satisface su necesidad de ficción a través del cine o de la TV que de la literatura. La gran pregunta entonces es, ¿terminarán reemplazándola?
Me parece que la respuesta es no. Comparemos por ejemplo a la literatura con el cine. Tomemos un caso: la novela El nombre de la rosa, de Umberto Eco. De ella se hizo una buena adaptación cinematográfica. En la película, sin embargo, se pierde una parte importante de la substancia misma de la novela: las discusiones teológicas, la historia de las luchas entre el Papa y el Emperador, los delirantes movimientos heréticos del siglo XIV. La película se limita a los hechos y se queda meramente en una película de acción, buena sin duda, pero muy diferente a la compleja y riquísima novela original. Tal vez es lo mejor que podía hacerse; el cine no es un vehículo apropiado para esa clase de disquisiciones, el libro sí.
Se me ocurre otro caso: el Ulises de Joyce. La novela relata un día en la vida de un tal Leopold Bloom. La magistral técnica narrativa de Joyce es esencial en esta obra. De hecho usa una técnica diferente en cada capítulo, y esto tiene que ver con cada momento del día. Por ejemplo, el penúltimo capítulo, en el que Bloom está regresando a su casa de noche, está escrito a la manera de un catecismo, con preguntas y respuestas. El capítulo que le sigue es un largo monólogo sin signos de puntuación, que reproduce el flujo de la conciencia de la esposa de Bloom, semidormida, donde el pasado y el presente, lo imaginario y lo real se mezclan y se confunden. ¿Cómo trasladar esta novela al cine sin que todo lo esencial se pierda?
Como contrapartida pienso en una excelente película danesa que vi recién hace un par de semanas, aunque ya tiene muchos años: La fiesta de Babette. La película, cuyos protagonistas principales son un pastor luterano y sus dos hijas. transcurre en una aldea costera de Jutlandia. La escena, a la vez desolada y grandiosa, se une perfectamente con la fe simple y puritana del pastor y sus fieles, y con los himnos, sencillos y conmovedores que entonan en la capilla. Viendo esta película sentí como pocas veces que el paisaje puede ser un estado de ánimo. Para expresar lo que esas imágenes son capaces de expresar un escritor tendría que escribir páginas y más páginas… y fracasaría, porque el paisaje se capta de una ojeada mientras que el lenguaje es sucesivo. Y ni hablar de la música, a la que no hay palabras que la puedan reemplazar.
En definitiva, la literatura y el cine son dos instrumentos de la ficción pero muy diferentes entre sí, de modo que creo que no hay riesgos de que uno reemplace al otro. Son, por así decirlo, complementarios. El cine tiene a su favor varias cosas: la unión de la trama con la belleza pictórica de las imágenes y la emoción de la música, el hecho de que ver una película pueda ser un acto social, el hecho para mi evidente de que exige menos esfuerzo que la lectura. Pero la literatura tiene a su vez esa cosa que no sé describir, y que es el arte de crear una realidad contando apenas con eso tan precario que es la palabra, pero que es a la vez lo que más nos identifica como seres humanos, como personas.
Que sea César Aira quien cierre este artículo: “Que lea el que quiera. El que quiera leer va a tener mucha felicidad en su vida, pero si no quiere leer, también puede ser muy feliz. No soy un evangelista de la lectura. Ahora se ha puesto de moda eso, promover la lectura…. Yo sospecho que todos los que hacen ese trabajo, y cobran muy buenos sueldos por hacerlo no leen nunca. Los que sí leemos no somos tan proclives a promover la lectura. Quizá porque hemos aprendido que es la actividad más libre que uno puede hacer”.
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