Supe de la existencia del “colérico censor español del tiempo del Centenario”, don Gil de Oto, a través del muy agradable libro El forajido sentimental de Fernando Sorrentino. Gil de Oto, pseudónimo del madrileño Miguel Toledano de Escalante, visitó la Argentina a principios del siglo XX y en 1916 publicó un libro llamado La América que yo he visto, en el que relata en verso sus impresiones de viaje. ¡Lo que me he reído, por Dios!
Claro, no me he reído con don Gil de Oto. Me he reído de don Gil de Oto, que no es lo mismo. Me he reido de su obtuso provincianismo. De sus prejuicios. De sus horrendos versos (aunque alguno ingenioso también tiene, seamos justos).
A don Gil la Argentina le pareció, sin más, abominable. Y esto esencialmente por tres razones: la primera de ellas es curiosa, porque se trata de una característica real de nuestro país, pero que en general se suele considerar una de sus virtudes. Me refiero a su carácter de crisol de razas. Esto le inspira a nuestro viajero los siguientes versos:
“Me despierta un mucamo filipino,
un griego me da el té, un ruso el baño,
es mi hotelero un japonés huraño,
el portero alemán, y el groom es chino.
Son las calles revuelto torbellino
de gentes de cien razas”
etc
Otro poema narra las vicisitudes de un joven español recién llegado a estas tierras:
“Muy joven y sin dinero,
llegó el marido de España,
y, por amor o codicia,
casó con una italiana.
Apadrinaron la boda
un franco-alemán, de Alsacia,
un caballero rumano,
un japonés y un croata.
Tuvo el matrimonio un hijo
argentino, que amamanta
una señorita inglesa,
que aunque señorita, es ama
porque anduvo en amoríos
con un portugués pirata,
que la [sic] hizo un feo muy grande
y una pequeña, no guapa.
Tiene el padre a su servicio
un mucamo que es de Holanda,
y la madre, por doncella,
tiene una señora austriaca.
Para arreglar el condumio
a estas gentes de seis razas
hay un cocinero belga,
al que auxilia una ayudanta
nacida en el Indostán,
de un polaco y de una bávara,
y mujer de un hotentote,
hijo de una escandinava,
casada en Madagascar,
y fallecida en Pampanga.
No es excepción (os lo juro)
la familia bosquejada”
Exageraciones al margen (dudo que hubiese muchos inmigrantes del Indostán o de Madagascar en el Buenos Aires del 900) son dignos de nota los prejuicios de este señor. No concibe la posibilidad de que un joven español se case con una italiana por amor; tiene que ser por codicia. El concepto “portugués” queda íntimamente asociado al de “pirata”. Y además los horrores idiomáticos que comete: “que la hizo un feo muy grande” o “austriaca”, sin el correspondiente tilde en la “i”.
La segunda razón del desprecio de don Gil hacia la Argentina es la aparente fealdad de sus hombres que, inexplicablemente, contrasta con la belleza de sus mujeres. Nuestro viajero de marras no parece haberse detenido a pensar en el curioso fenómeno biológico que esto implicaría. Un ejemplo se puede ver en los versos siguientes:
“[Dios] agotó sus tesoros para con ellas,
dejando a los varones desheredados”
O estos:
“Los varones son tristes como un abismo,
la mujer toda audacia fina y coqueta,
tienen ellas las gracias del Paganismo,
ellos estupideces de anacoreta.
Alzan ellas los ojos, luciendo soles,
ellos van rastreantes como gusanos,
ellas son desprendidas como españoles,
ellos son codiciosos como gitanos”
El prejuicio racista de los dos últimos versos es sencillamente incalificable.
Finalmente, la tercera razón del odio de don Gil reside en el hecho de que en la Argentina se hable un castellano diferente al de Castilla. Copio directamente a Fernando Sorrentino (obra citada):
“He aquí algunas de las voces que reprueba, y cuya “traducción” prodiga en los versos: sándia [sic: debería ser sandia] = sandía; salame = salchichón; chaucha = judía; tapado = abrigo; pollera = falda; galera = sombrero; pava = cafetera; pedido = petición; mucamo = sirviente; patrón = amo; reclamo = reclamación; vos = tú; chiao [sic por chau] = adiós; atorrante = golfo; sonso = abobado; boliche = tenducho; conscripto = soldado; aviso = anuncio; occiso = asesinado; vení = ven; salí = sal; soda = agua de Seltz; kerosén = petróleo; pelada = calva; biaba = trompazo.
En esta enumeración, no alcanza a discernir cuáles son términos lunfardos y/o
pintorescos, y cuáles, variantes meramente regionales”.
Como bien señala Sorrentino en su libro, don Gil de Oto se anticipó en tres décadas a la miopía del famoso filólogo español Américo Castro, que expuso argumentos muy parecidos en su obra La peculiaridad lingüística rioplatense. Esta obra fue demolida a la vez por Borges y por Sábato con argumentos que son a la vez muy divertidos y totalmente irrebatibles. La de Borges está en el ensayo “Las alarmas del doctor Américo Castro”, que forma parte de Otras inquisiciones, cuya lectura recomiendo encarecidamente. Sábato por su parte dice que el casticismo “según se sabe, consiste en escribir como si vivéramos cuatrocientos años atrás en Talavera de la Reina”. Y agrega que, de las muchas maneras de impedir la comunicación entre los hombres “ésta es la más apreciada por los profesores de gramática” (Ernesto Sábato, Heterodoxia).
Infalible en el error, don Gil toma al mote de gallego que, ya en el 1900, se aplicaba aquí a todos los españoles con intención habitualmente afectuosa, como una suerte de insulto:
“Que conste ante todo que
el español de Occidente,
como el del Sur y el de Oriente,
son aquí gallegos de...
una cosa maloliente”
Que jamás los argentinos sintieron odio ni resentimiento ninguno hacia la Madre Patria es un hecho tan evidente que no necesita ninguna argumentación. Lo era mucho más aun en aquellos tiempos, en los que muchísimos argentinos eran descendientes directos de inmigrantes españoles recientes.
Es fama que Paul Groussac opinó que la Historia de la Literatura Argentina de Ricardo Rojas era más extensa que la literatura argentina. Salvando las distancias, este modesto escrito corre el albur de que le ocurra lo mismo con el artículo de Sorrentino. Lo dejo por lo tanto aquí. Pero prometo volver a don Gil de Oto en otra entrada posterior de este blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario