tag:blogger.com,1999:blog-37498688776086766802023-11-15T14:20:07.898-03:00ALPEDORNAUTAUn blog que habla de política y de fútbol, de libros y de cosas de todos los días, de biblias y de calefones. Un blog que creo que poquísima gente leerá pero que voy a seguir escribiendo porque, ante todo, me sirve a mi que soy el Alpedornauta mayor.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.comBlogger25125tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-35249519951736468962012-03-06T17:08:00.010-03:002012-03-06T19:18:27.713-03:00Sábato, una visión críticaTuve una época en la que Sábato fue mi escritor favorito. Fue, más o menos, entre mis 19 y mis 23 años. Mi cultura literaria era muy incompleta y la filosófica lo era aun más. Ambas lo siguen siendo.<br /><br />Pero no fue un amor a primera vista lo mio con Sábato. El primer texto suyo que cayó en mis manos cuando estaba todavía en el secundario –el <span style="font-style:italic;">Informe sobre ciegos</span>– no me gustó ni medio. La prosa límpida de los cuentos de Borges y de Cortázar definía por aquellos años mi ortodoxia literaria, y el barroquismo obscuro de Sábato me pareció insufrible. Algo parecido me sucedió poco después con <span style="font-style:italic;">El túnel</span>. Volví a leer esta novela años más tarde y me gustó bastante más, sobre todo a la luz del pensamiento de Sábato que para ese entonces ya conocía a través de sus ensayos. Siguió a pesar de todo sin estar entre mis favoritas.<br /><br />¿Cómo fue entonces que me hice sabatiano? Fue más que nada por esos ensayos que mencioné antes. El primero fue <span style="font-style:italic;">Uno y el universo</span>, y este libro sí que me fascinó. Hablaba sobre tantos temas que yo ni sospechaba… algo llamado entropía, que tenía la propiedad de aumentar siempre en un sistema cerrado (¡y el universo lo era!), el Principio de Incertidumbre, geodésicas y tensores, epistemología. Sobre este último tema citaba mucho a Sir Arthur Eddington; tanto que, años después, descubrí que uno de los párrafos que más me gustaban del libro de Sábato está tomado literalmente del segundo capítulo de <span style="font-style:italic;">The Philosophy of Physical Science</span> del filósofo inglés. (1)<br /><br />Una fascinación aun mayor me produjo <span style="font-style:italic;">Hombre y engranajes</span>. Por primera vez la historia tenía un sentido, esa historia que recorría un arco que iba del despertar humanista y naturalista del Renacimiento, a la deshumanización y el maquinismo del capitalismo y el comunismo soviético. Muchos años más tarde me sorprendió la similitud de las ideas de este libro con las de Adorno y Horkheimer en <span style="font-style:italic;">Dialéctica del Iluminismo</span>, sólo que el libro de Sábato es de lectura mucho más grata. No creo que Sábato conociese esta obra cuando escribió su ensayo. Creo más bien que, al igual que los dos filósofos frankfurtianos, Sábato “se salió” de Marx a través de Heidegger, conservando lo suficiente del primero como para que su pensamiento final resultase una mezcla de ambos. De ahí el parecido.<br /><br />Sigo creyendo que <span style="font-style:italic;">Hombres y engranajes</span> es un buen libro, aunque hoy me siento muy lejos de él. Por ejemplo: el ensayo presupone una vinculación necesaria entre capitalismo, ciencia y técnica. Si bien es verdad que la ciencia y la tecnología modernas llegaron de la mano del capitalismo, son cosas diferentes, y es perfectamente concebible que existan en una sociedad con otro régimen de propiedad de los medios de producción. El ensayo de Sábato diagnostica un mal pero no propone ninguna solución, y no explica en particular cómo podrían vivir miles de millones de personas sobre la Tierra sin tecnología. El irracionalismo sabatiano, en fin, lo lleva a sugerir una suerte de “salvación por el arte”, pero sin explicar nunca cómo operaría esa salvación para la gente común.<br /><br />Yendo a sus novelas, <span style="font-style:italic;">Sobre héroes y tumbas</span> me impresionó mucho en su momento. Como dice Juan Martini, <span style="font-style:italic;">“a la novela no le faltaba casi nada: una pasión incestuosa y gótica, una geografía porteña, una relectura del asesinato del unitario Juan Lavalle y un Informe sobre ciegos que advertía sobre el carácter demoníaco de una secta”</span>. Todo esto hizo que muchos la leyéramos con apasionamiento, sin prestarle atención a sus defectos obvios. El más notorio: lo poco creíble de sus personajes. A veces hablan como profesores de Puan <span style="font-style:italic;">(" También Faulkner leyó a Joyce y a Huxley, a Dostoievsky y a Proust. ¿Qué, quieren una originalidad total y absoluta? No existe. En el arte ni en nada. Todo se construye sobre lo anterior.")</span>. En un reportaje en el que se refiere a la novela de Sábato en términos bastante elogiosos, Fogwill señala acertadamente su carácter de <span style="font-style:italic;">“tributaria de una literatura semifolletinesca que es bastante argentina… Esos diálogos solamente tienen espacio allí. Los personajes hablan redactando"</span>. En el mismo reportaje, Fogwill observa que los personajes de clase alta de Sábato hablan como las señoras de Barrio Norte imaginadas por Landrú (los de clase obrera están tan mal logrados –tan malogrados– que hasta yo me di cuenta cuando la leí por primera vez). (2)<br /><br /><span style="font-style:italic;">Sobre héroes…</span> es de 1961. La mayor parte de los críticos afirma que Sábato no escribió nada valioso a partir de esa fecha. Respecto de sus ensayos estoy bastante de acuerdo. Es discutible en cambio si es justo incluir en ese juicio a su última novela, <span style="font-style:italic;">Abaddón el exterminador</span>. Hay que reconocer que muchos han opinado muy mal sobre ella (Martini la califica de <span style="font-style:italic;">"mamotreto insostenible"</span>). Incluso se ha dicho que se trata en realidad de un conjunto de borradores que la esposa de Sábato compaginó como pudo, pero que no estaban todavía listos para publicar. Puede ser, y de hecho eso es lo que parecen. Hay en esa novela, sin embargo, muchas páginas memorables: por ejemplo, aquellas en las que Palito describe la muerte del Che, las terribles de las torturas en la Penitenciería, la que comienza diciendo <span style="font-style:italic;">“Una especie de inmortalidad del alma”</span>. (3)<br /><br />Sobre su contradictoria vida política no voy a hablar acá, primero porque no quiero que esta nota se convierta en un <span style="font-style:italic;">mamotreto insostenible</span>, pero fundamentalmente porque escribo acá sobre mi relación con Sábato y, lo confieso, ese aspecto de su obra y de su vida jamás me interesó, ni siquiera cuando escribió el famoso (y hoy discutido) prólogo al <span style="font-style:italic;">Nunca más</span>.<br /><br />En síntesis, después de haberlo puesto en un injustificable pedestal, y frente a tantas despiadadas críticas igualmente injustificadas que hoy se le hacen, mi balance es que Sábato fue simplemente un escritor que escribió un par de buenos ensayos y de buenas novelas, que disfrutó de su momento de gloria cuando publicó <span style="font-style:italic;">Sobre héroes…</span> y que dijo casi todo lo que tenía para decir en la primera mitad de su larga vida. Lo suficiente, en suma, para asegurarle una posteridad módica. Es más de lo que tendrá la mayor parte de quienes hoy lo fustigan.<br /><br /><span style="font-weight:bold;">Notas</span><br /><br />(1) Creo que fui injusto con Uno y el universo. El libro está escrito con un humor ácido que después Sábato lamentablemente abandonó. Hay análisis muy agudos sobre el cuento <span style="font-style:italic;">La muerte y la brújula</span>, de Borges, y sobre la novela <span style="font-style:italic;">La invención de Morel</span>, de Bioy Casares. Hay un artículo llamado <span style="font-style:italic;">"Porvenir de la ignorancia"</span>, muy bien argumentado aunque discutible, que anticipa las ideas que muchos años después popularizó el periodista científico John Horgan en <span style="font-style:italic;">El fin de la ciencia</span>, un libro también muy polémico. <br /><br />(2) Me parece que también fui poco equilibrado con <span style="font-style:italic;">Sobre héroes...</span> Se trata de una gran novela, sin dudas. Algunas de sus partes son realmente memorables; el <span style="font-style:italic;">Informe sobre ciegos</span>, por ejemplo, o la historia de la muerte de Lavalle. En mi opinión el personaje mejor trabajado es Bruno, una especie de alter ego del autor, cuyas reflexiones toman un lugar central en la cuarta y última parte de la novela y son realmente muy interesante. Una de las opiniones más justas sobre esta novela la dio Abelardo Castillo, que la consideró <span style="font-style:italic;">"una novela infernal, a veces intratable"</span>, pero a la vez <span style="font-style:italic;">"uno de los grandes momentos de nuestra literatura"</span>.<br /><br />(3a) Algunos críticos han elogiado el ensayo <span style="font-style:italic;">Heterodoxia</span>, anterior de todos modos a <span style="font-style:italic;">Sobre héroes...</span> ya que es de 1953. Mi modesta opinión es que ese ensayo no agrega nada nuevo a lo que Sábato ya había dicho en sus dos ensayos anteriores.<br /><br />(3b) En <span style="font-style:italic;">Abbaddón...</span> hay una escena en la que Sábato es invitado por un grupo de universitarios a discutir sobre marxismo. El grupo, liderado por un tal Araujo, lo invita sólo con la intención de provocarlo. Esta escena revela muy claramente un aspecto de la personalidad de Sábato a la que no me referí antes: su narcisismo. La verdad es que, en los 70s, los jóvenes universitarios que militaban en los grupos marxistas o en la JP ignoraban a Sábato por completo. La discusión incurre en lo que en lógica se suele llamar <span style="font-style:italic;">straw-man argument</span>, o sea, <span style="font-style:italic;">discutir contra un espantapájaros</span>. Esto consiste en hacer una caricatura de los argumentos del rival y, demoliéndola, pretender que se refutó al rival. La discusión de la novela muestra en verdad que Sábato no tenía ni idea de cómo eran los debates dentro del marxismo en esa década. Y diría más: yo sospecho que la formación filosófica de Sábato quedó congelada en el existencialismo de los 40s; ignoró al estructuralismo, a la hermenéutica, al giro lingüístico y, en general, a todos los movimientos filosóficos relevantes de la segunda mitad del siglo XX.<br />Una muestra más de esto último la da el siguiente hecho: en una publicación de Ediciones Culturales Argentinas dedicada a su obra (1973), afirma que la lógica y la matemática son idénticas, ya que se basan en los mismos principios. Cualquier estudiante de lógica matemática podría haberle replicado que el logicismo era una <span style="font-style:italic;">"flor agónica"</span> (para usar la pintoresca expresión de Tomás Moro Simpson, y lo fue ya a partir de la década del 30, después de que Gödel demostrara sus famosos teoremas.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-38573720307685931502011-10-30T21:38:00.007-03:002011-10-30T21:51:17.356-03:00BARUCH SPINOZA: UNA ANTOLOGÍAEn <span style="font-style:italic;">El informe de Brodie</span>, de Jorge Luis Borges, hay un cuento muy notable llamado <span style="font-style:italic;">El indigno</span>. Este cuento, como lo han puesto de manifiesto Ricardo Piglia y Fernando Sorrentino, tiene evidentes paralelismos con un episodio de <span style="font-style:italic;">El juguete rabioso</span>, de Roberto Arlt. Como además uno de los personajes del cuento se llama <span style="font-style:italic;">Alt</span>, parece evidente que Borges quiso homenajear en este relato al otro gran escritor.<br /><br />No es sin embargo de esto de lo que quiero hablar sino de otro detalle del cuento borgeano. En él se dice que el protagonista principal del cuento, el librero Santiago Fischbein, <span style="font-style:italic;">“estaba compilando… una copiosa antología de la obra de Baruch Spinoza, aligerada de todo ese aparato euclidiano que traba la lectura y que da a la fantástica teoría un rigor ilusorio”</span>. Siempre me gustó mucho esa idea, la de armar un libro más legible recombinando fragmentos de distintas obras de un escritor.<br /><br />Es fácil entonces imaginar mi emoción cuando, hace pocos días, descubrí que el libro imaginado por Borges existe de verdad. Ignoro si Borges lo conocía. Se trata de una antología de Spinoza compilada por Joseph Ratner, organizada en torno a tres grandes ejes temáticos que constituyen las tres partes en las que se divide el libro: Dios, el hombre y el bienestar humano. El libro está disponible (sólo en inglés) en forma gratuita en el sitio del proyecto Gutenberg (www.gutenberg.org)<br /><br />El placer que me ha deparado la lectura de este libro es inmenso. Es imposible leer la prosa clara y serena de Spinoza sin quedarse con la sensación de que fue uno de los más grandes hombres que han existido. <span style="font-style:italic;">“Spinoza es el más grande de todos los filósofos modernos, pues ha sido él, el primero en considerar el cuerpo y el espíritu, no como dos cosas separadas, sino como una sola cosa”</span> escribió Albert Einstein. No es casual que un libro reciente del gran neurocientífico Antonio Damasio se llame <span style="font-style:italic;">En busca de Spinoza</span>.<br /><br />No puedo dejar de reconocer que buena parte del placer que la lectura de Spinoza me ha proporcionado proviene del hecho de que mis propias especulaciones hayan discurrido por los mismos caminos que los del filósofo holandés (si bien, como es natural, las mias fueron considerablemente más modestas). Hoy en día no entiendo como no llegué antes a la conclusión, que es una las piedras angulares del sistema spinoziano, de que Dios es idéntico a la Naturaleza. Hoy en día estoy firmemente convencido de su verdad; si no llegué antes, supongo, fue porque la idea choca con las enseñanzas de la tradición judeo-cristiana en las que me formé desde la infancia.<br /><br />Ratner justifica su trabajo de antólogo con las siguientes palabras: <span style="font-style:italic;">“El lector lego está interesado mayormente, si no totalmente, en captar el punto de vista de una filosofía. No en detalles altamente meticulosos, y menos aun en verificar la consistencia del autor consigo mismo... Omitiendo muchas demostraciones y casi todas las referencias cruzadas; agrupando secciones interrelacionadas de la </span>Etica <span style="font-style:italic;">con selecciones de las</span> Cartas <span style="font-style:italic;">y de la </span>Reforma del entendimiento, <span style="font-style:italic;">el texto se ha vuelto más continuo. Es probablemente la única vez en la que desmembrar un tratado realmente le dio mayor unidad”</span>. Los lectores legos no podemos menos que sentirnos muy agradecidos.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-63920892058430024572010-11-28T17:23:00.003-03:002010-11-28T17:29:19.128-03:00¿Materia pensante? Comentarios adicionalesAunque probablemente no se haya notado demasiado, hace bastante tiempo que leo y medito sobre el problema mente-cerebro; es uno de los problemas filosóficos que más me han apasionado a lo largo de toda mi vida. Y hay algo de lo que he llegado a estar absolutamente convencido, al igual que la mayor parte de los investigadores: todos los hechos mentales son procesos que ocurren en un cerebro vivo. Dicho en otras palabras, no creo en la existencia independiente de espíritus. El espíritu –o la mente– no son cosas; son funciones del sistema nervioso central.<br />La verdadera divisoria de aguas en el debate contemporáneo no está allí, sino en el énfasis que se pone –o no– en el carácter privado de la experiencia subjetiva. Hay investigadores que defienden el monismo psicofísico pero creen a la vez en lo que suele denominarse la teoría del <span style="font-style:italic;">doble aspecto</span>, según la cual cada hecho mental tiene dos aspectos: uno físico, que es el que estudian las neurociencias, y otro propiamente mental, subjetivo.<br />En el artículo anterior mencioné a Thomas Nagel como uno de los filósofos más notables que creen esto último. El fisiólogo mexicano Arturo Rosenblueth fue otro investigador que adhirió a la teoría del doble aspecto. En su libro <span style="font-style:italic;">Cerebro y mente</span> la explica en estos términos: <span style="font-style:italic;">“Los postulados que he propuesto conducen a considerar que un proceso mental y los fenómenos neurofisiológicos que le están correlacionados representan dos aspectos de un solo y mismo evento. El aspecto mental es el que percibimos directamente; el neurofisiológico es el que adquiere el evento cuando lo interpretamos como un proceso que se desarrolla en el universo material”</span>. La mayoría de estos pensadores e investigadores están convencidos de que la conciencia debe estudiarse como cualquier otro fenómeno, mediante los métodos de la ciencia; lo único que discuten es cuan completo puede llegar a ser el conocimiento de la conciencia adquirido de este modo.<br />Está claro que el monismo psicofísico es una forma de materialismo y, como tal, afecta a temas tales como la existencia de Dios –o al menos su naturaleza– y el libre albedrío. Respecto del primero de los dos temas, dije antes que no creo en la existencia independiente de espíritus. Dado que la ortodoxia de muchas religiones –la cristiana entre ellas– sostiene que Dios es un espíritu puro, es obvio que no puedo adherir a dicha ortodoxia. En un artículo publicado el 19 de agosto de este año en este mismo blog, defendí una visión panteísta, según la cual Dios sería igual a la Naturaleza. En realidad el panteísmo es un poco más sutil: distingue entre la Naturaleza como proceso creador (<span style="font-style:italic;">natura naturans</span>) y la Naturaleza como el conjunto de objetos creados por dicho proceso (<span style="font-style:italic;">natura naturata</span>). Ambos son inseparables, obviamente, pero el Dios del panteísmo –que es un Dios que opera “desde adentro de las cosas mismas” – se identifica con la <span style="font-style:italic;">natura naturans</span>. <br />A algunas personas les resulta chocante esta “materialización” de Dios. A mi no. No creo que haya nada desagradable ni sucio en la materia, salvo los prejuicios que durante siglos se acumularon en su contra. Uno de los más extendidos es el de considerarla <span style="font-style:italic;">inerte</span>, cuando ya desde Newton se conoce por el contrario su carácter extraordinariamente <span style="font-style:italic;">dinámico</span>, que todas las teorías científicas posteriores no han hecho más que reforzar.<br />En cuanto al libre albedrío, el tema es tan obscuro que resulta difícil hablar de él. Si por libre albedrío se entiende que hay actos de los seres humanos que no guardan ningún tipo de relación con ningún hecho previo, la noción es tan absurda que nadie puede creer en ella. Un dualista –esto es, un defensor de la existencia del espíritu como entidad separada– diría que no se trata de eso; libre albedrío significaría para él que el espíritu, tal vez condicionado pero no determinado por el cuerpo, podría decidir libremente las acciones de las personas. Ahora, esto, de ser cierto, violaría el principio de conservación de la energía. Como dice el gran filósofo argentino Mario Bunge, puestos a elegir entre los viejos prejuicios de origen religioso y las ciencias más duras, elegimos sin dudarlo a estas últimas. <br />¿Significa esto que tenemos que abandonar la noción de libre albedrío? De ningún modo. Para explicarlo mejor recurriré a un ejemplo: un programa de computadora que juega al ajedrez. Si el juego es considerado por un ajedrecista, éste va a explicar las jugadas del programa de acuerdo con las leyes del juego. Si por el contrario, quien lo considera es un programador, va a explicar las mismas jugadas en función de cómo ha sido programado el <span style="font-style:italic;">software</span>. Exactamente lo mismo ocurre con las personas; cuando las consideramos como agentes morales, entendemos sus acciones como surgidas del libre albedrío. Cuando son estudiadas por un neurocientífico, sus acciones intentarán ser explicadas como respuestas determinadas por el estado del cerebro y los estímulos que éste recibe. Así como el programa de computadora tiene las reglas del ajedrez incorporadas en su naturaleza, el ser humano tiene la libertad de elección incorporada en su sistema nervioso central. No creo que sea necesario recurrir a ninguna propiedad misteriosa o fantasmal para explicarlo.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-15971686413958283232010-11-27T12:05:00.005-03:002010-11-29T11:53:22.354-03:00¿Materia pensante?Según Aristóteles, el asombro es la principal fuente de la filosofía. Conviene entonces –al menos a aquellos que tengan inclinaciones filosóficas– considerar al mundo con el debido asombro. Y, la verdad, razones no faltan; por el contrario, el universo es pródigo en hechos sorprendentes. Pero tal vez ninguno lo sea tanto como nuestros propios cerebros que, a pesar de estar hechos con los mismos materiales con los que se construyen mesas, palos de escoba o pelotas de fútbol, se las arreglan para pensar, sentir y generar eso que llamamos <span style="font-style:italic;">conciencia</span>. Una parte muy pequeñita del universo es conciente de todo el resto. ¿Cómo puede ser esto posible? <br />El hecho es tan sorprendente cuando nos paramos a pensar en él (¡usando nuestro cerebro, claro!) que dio origen a una concepción del mundo que todavía tiene una gran influencia: el <span style="font-style:italic;">dualismo psicofísico</span>. Según esta concepción, el universo está compuesto por dos tipos de substancias: una extensa –la <span style="font-style:italic;">materia</span>– y otra pensante –el <span style="font-style:italic;">espíritu</span>. El espíritu sería quien realmente piensa, siente, recuerda; el cerebro, meramente un instrumento. Descartes, que fue uno de los más notables defensores del dualismo, sostenía que el espíritu reside en una parte específica del cerebro: la glándula pineal. Allí, utilizando los nervios como campanillas, envía sus órdenes al resto del cuerpo.<br />La idea de Descartes puede sonar risible hoy en día. Sin embargo hace poco más de 30 años, dos pensadores de gran prestigio –el filósofo Karl Popper y el premio Nobel de medicina John Eccles– publicaron un libro muy influyente llamado <span style="font-style:italic;">El yo y su cerebro</span>, en el que defendieron una concepción dualista o, para ser más rigurosos, triádica. Según Popper y Eccles, todos los entes del universo están dispuestos en tres niveles: el Mundo 1 –las cosas materiales, incluyendo los cerebros humanos; el Mundo 2 –los estados mentales; y el Mundo 3 –los productos de la actividad mental tales como teorías, sinfonías, poemas, etc. Para explicar cómo interactúa la mente inmaterial (Mundo 2) con el cerebro (Mundo 1), Eccles utiliza una metáfora: la mente sería como un músico virtuoso, que toca la corteza cerebral como si fuese un instrumento de inusual complejidad. Está claro que esto no está demasiado lejos de Descartes y sus campanillas.<br />El mayor problema del dualismo es justamente ése: cómo explicar la interacción entre la mente inmaterial y el cerebro. La ciencia sólo reconoce interacciones entre entes materiales, de modo que el dualismo psicofísico se coloca de entrada al margen de ella. La interacción entre una mente inmaterial y un cerebro material violaría por otra parte uno de los principios mejor establecidos de la física: el de la conservación de la energía.<br />Por estas y otras razones, la inmensa mayoría de los investigadores que trabajan hoy en este tema han adoptado el <span style="font-style:italic;">monismo psicofísico</span>. Esta concepción sostiene que hay una única substancia en el universo –la materia– y que la mente consiste en funciones o procesos materiales.<br />Para explicar de qué modo ocurre esto, los monistas psicofísicos suelen recurrir a la noción de <span style="font-style:italic;">emergencia</span>. En el transcurso de la evolución –dicen– los objetos materiales se van ensamblando en estructuras cada vez más complejas, y en este proceso emergen nuevas propiedades de las que los componentes individuales carecen. <br />Un ejemplo de propiedad emergente sería el estado de agregación: una molécula aislada no es un gas, ni un líquido, ni un sólido, pero al ensamblarse con otros trillones de moléculas similares emerge el estado de agregación correspondiente, con su comportamiento específico. Con la mente –dicen los materialistas– ocurre en esencia lo mismo. <br />Esto, sin embargo, no resuelve todos los problemas. Los físicos pueden explicar, por ejemplo, el comportamiento de un gas a partir de las propiedades de las moléculas individuales. La teoría cinética de los gases brinda una explicación de ese tipo. No se puede decir lo mismo de las propiedades mentales. Lo que los neurofisiólogos pueden hacer a lo sumo es correlacionar. Por ejemplo, correlacionar las sensaciones visuales con la activación de un grupo X de neuronas. Pero esto claramente no explica la experiencia subjetiva de ver el bellísimo rojo de un cielo de verano al atardecer.<br />Un pensador que ha insistido en esta limitación del monismo psicofísico es el filósofo estadounidense Thomas Nagel. En un famoso artículo llamado <span style="font-style:italic;">What is it like to be a bat</span> y en un libro posterior llamado <span style="font-style:italic;">The view from nowhere</span>, Nagel sostiene que la ciencia presupone una descripción objetiva del mundo, en tercera persona. Deja por lo tanto afuera -por método- a la descripción subjetiva, o en primera persona. El problema –dice Nagel– es que en el estudio de la conciencia, dejar afuera a la perspectiva de primera persona es dejar afuera todo lo importante.<br />El tema es sumamente controversial y la postura de Nagel es criticada por otro notable filósofo estadounidense, Daniel Dennett, quien en su libro <span style="font-style:italic;">Consciousness explained</span> niega que las experiencias subjetivas sean privadas e inaccesibles como Nagel las describe. Hay una novela, absolutamente deliciosa, del inglés David Lodge, basada en esta controversia. El protagonista de la novela –un doctor Messenger, inspirado explícitamente en Daniel Dennett- se enfrenta a una novelista de formación católica, aunque no practicante, que defiende el carácter eminentemente subjetivo de la conciencia. La novela, que se llama <span style="font-style:italic;">Pensamientos secretos</span>, es divertidísima y, a la vez, muy aleccionadora. Se la recomiendo mucho a mis improbables lectores.<br />¿Qué pienso yo? La verdad es que carece de importancia; no soy más que un <span style="font-style:italic;">dilettante</span>, un <span style="font-style:italic;">amateur</span> que se pasea con ávido interés por temas que no domina. Confieso sin embargo que mis simpatías se inclinan hacia el lado de Nagel. Indudablemente la ciencia ha avanzado, y puede avanzar muchísimo más, en su entendimiento del cerebro humano. Pero creo que siempre quedará un residuo de subjetividad inaccesible a sus métodos, que deberá ser explorado a través de las relaciones interpersonales. O de la literatura, que es el <span style="font-style:italic;">“registro de la consciencia humana… más rico y exhaustivo que poseemos”</span> (David Lodge – <span style="font-style:italic;">La conciencia y la novela</span>).Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-2084891683307989362010-11-17T16:17:00.002-03:002010-11-17T16:24:43.565-03:00El mito de la Argentina próspera (2da Parte)<span style="font-style:italic;">“En febrero de 1912, el Parlamento aprobó el proyecto de ley electoral enviado por el presidente Roque Sáenz Peña y estableció el voto universal, secreto y obligatorio para los varones mayores de 18 años… Hasta 1910, sólo el nueve por ciento de la población masculina habilitada para votar concurría a las urnas. La debilidad del rendimiento cívico era una pieza central de la hegemonía política del Régimen para conservar el poder”</span>. (todas las citas de esta nota son del libro <span style="font-style:italic;">Marcados a fuego</span> de Marcelo Larraquy). Esta ley posibilitó que el radical Hipólito Yrigoyen alcanzase la presidencia de la Nación en las primeras elecciones democráticas de nuestra historia.<br />Los conflictos obreros estuvieron lamentablemente lejos de solucionarse. Yrigoyen privilegió a los gremios de la corriente sindicalista –a cambio de sus votos– restándole todo apoyo a los gremios anarquistas o socialistas, que fueron por el contrario reprimidos. En una huelga de los basureros municipales en 1917, <span style="font-style:italic;">“el gobierno ejerció la represión y el reemplazo de trabajadores extranjeros por nativos reclutados de los comités de la UCR. Lo mismo sucedió en el conflicto de los ferroviarios de 1917, que afectó la exportación durante dos meses, en reclamo de una jornada de ocho horas y de la reglamentación laboral por sanción legislativa: Yrigoyen ordenó la vuelta al trabajo por decreto y, tras la desobediencia obrera, convocó a las tropas del Ejército, que dejaron dos muertos en los talleres ferroviarios”.</span><br />Pero lo peor estaba todavía por llegar: la Semana Trágica de 1919, que dejó entre 700 y 1,300 muertos. <span style="font-style:italic;">“La matanza descubriría la faceta más lúgubre de la política "obrerista" de Yrigoyen. Se inició con un conflicto metalúrgico no muy diferente de los habituales. Lo distintivo fue que, tras la tardía intervención conciliatoria del Ejecutivo, el Presidente cedió la represión y el control de Buenos Aires a las Fuerzas Armadas. Yrigoyen tampoco desarticularía los ‘batallones de civiles’ que se crearon durante la huelga y fueron a la caza de anarquistas, obreros y judíos para darles muerte o detenerlos ilegalmente y trasladarlos a las comisarías para aplicar las primeras torturas policiales del Estado”</span>.<br />Otro hecho gravísimo fue la masacre de los peones rurales de la Patagonia que se levantaron en 1920 en demanda de mejores condiciones laborales. <span style="font-style:italic;">“En Santa Cruz, los peones trabajaban veintisiete días al mes en jornadas de dieciséis horas. De día arreaban las majadas de ovejas a dieciocho grados bajo cero. A la noche dormían apilados sobre cueros. Vivían agotados, sin familia, dinero ni destino”.</span> Yrigoyen <span style="font-style:italic;">“comisionó al teniente coronel Varela, al mando del Regimiento 10° de Caballería, a una expedición al sur. La instrucción que recibió Varela en su reunión con el Presidente fue ‘ver bien lo que ocurría y cumplir con su deber’"</span>. Varela “cumplió con su deber” reduciendo <span style="font-style:italic;">“a la prisión y a la muerte a aproximadamente tres mil hombres… Los cuerpos de los huelguistas terminaron dispersos en el campo patagónico, fusilados, estaqueados, torturados, incendiados. Nadie los contó. Se cree que los muertos fueron mil o mil quinientos”</span>. No hubo en el bando contrario ningún estanciero o administrador herido o muerto.<br />Yrigoyen nunca se hizo responsable por los hechos; la bancada de diputados de la UCR frenó la iniciativa socialista de formar una comisión investigadora. Los hechos fueron investigados años después por Osvaldo Bayer y el resultado se publicó bajo el título <span style="font-style:italic;">Los vengadores de la Patagonia trágica</span>. Fue llevado también al cine por Héctor Olivera (<span style="font-style:italic;">La Patagonia rebelde</span> - recomiendo a mis improbables lectores esta excelente película). <br />El radicalismo duraría apenas 14 años en el poder. Ya en los años 20 <span style="font-style:italic;">“el Ejército empezó a considerarse a sí mismo como la esencia de la nacionalidad”</span> y a considerar inminente la hora de la espada, que reemplazaría a la democracia. Esa hora llegó en 1930 cuando una revolución militar puso fin a la segunda presidencia de Yrigoyen, inaugurando la nefasta era de los golpes en nuestro país. El gobierno militar resultante utilizó la violencia en forma sistemática –y en una escala inédita– contra adversarios políticos, dirigentes obreros y periodistas. Tras dos años en el poder llamó a elecciones para restablecer una democracia formal pero fraudulenta, que permitió que los políticos conservadores recuperasen el poder. A este período, que duró hasta un nuevo golpe en 1943, se lo suele conocer como Década Infame. Desde 1930 hasta el restablecimiento de la democracia en 1983, sólo dos gobiernos surgidos del voto terminaron su mandato: el de Justo –elegido en forma fraudulenta– y el primero de Perón. En seis ocasiones, gobiernos civiles fueron derrocados por golpes militares. <br />Hemos recorrido entonces nuestra historia desde los albores de la organización nacional hasta llegar a las puertas del primer peronismo. Hemos encontrado maquinarias político-militares al servicio de una clase o de un partido, proscripciones y persecuciones a adversarios políticos, explotación y miseria, represión brutal y criminalización de la protesta obrera. ¿Dónde está, en que huecos se esconde el país avanzado y desarrollado que tantos añoran?<br />Creo que la respuesta es: en ninguna parte. <span style="font-style:italic;">Ese país es sólo un mito</span>. La Argentina estuvo marcada por la violencia política y social a través de toda su historia y su figura verdadera es por lo tanto muy diferente a la del país desarrollado y civilizado que se dice añorar.<br />Esto no significa que no haya habido grandezas en la Argentina. Sin dudas las hubo. Por poner un solo ejemplo: el sistema de educación pública, puesto en marcha por los gobiernos conservadores de la segunda mitad del siglo XIX, que fue un verdadero modelo a nivel mundial. Sólo quise poner de relieve que hay claroscuros en nuestra historia, como en todas las demás. y que es mejor y más maduro entenderlo y aceptarlo que quedar atrapados en mitos simplistas que no ayudan en el complejo desafío de construir un país mejor.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-64753166019806605352010-11-12T15:03:00.002-03:002010-11-12T15:10:43.483-03:00El mito de la Argentina próspera (1ra Parte)Mario Vargas Llosa, reciente Premio Nobel de Literatura y escritor al que admiro mucho (ver mi entrada del 11/10 en este mismo blog), declaró recientemente que la Argentina <span style="font-style:italic;">“era un país desarrollado, próspero"</span> que <span style="font-style:italic;">"se ha ido subdesarrollando por razones puramente políticas... y para mí eso tiene un nombre, que es el peronismo”</span>. Se trata de una opinión bastante común entre los antiperonistas. La pregunta clave es: ¿se sostiene?<br />La lectura de <span style="font-style:italic;">Marcados a fuego – la violencia en la historia argentina</span> de Marcelo Larraquy me hace pensar que no. El libro de Larraquy arranca en 1890. En ese entonces el régimen gobernante estaba sostenido <span style="font-style:italic;">“por una coalición de oligarquías provinciales y una autoridad centralizada —y militarizada, en caso de sediciones—, con un fuerte liderazgo presidencial que arbitraba en los conflictos de la elite y controlaba la vida política por medio de una maquinaria electoral que amedrentaba el acceso al voto de la oposición partidaria”</span> (Marcelo Larraquy – <span style="font-style:italic;">Marcados a fuego</span>. Las citas a partir de acá son todas del mismo libro). En otras palabras, la oligarquía se aseguraba la permanencia en el poder para defender sus intereses, y no excluía la violencia ante cualquier intento de limitar dicho poder. Un ejemplo: en 1893 los suizos de las colonias agrícolas de Santa Fe se sublevaron ante un nuevo impuesto al quintal de trigo fijado por el gobierno provincial para aliviar su déficit fiscal (cualquier semejanza con la actualidad <span style="font-style:italic;">no</span> es pura coincidencia). La sublevación de los colonos suizos fue finalmente derrotada. La represión fue terrible: <span style="font-style:italic;">“el hotelero Antonio von Will, (fue) degollado por el comandante Benito Romero para vengar la pérdida de su hermano Camilo, también comandante, ultimado por los colonos. Romero ordenó que degollaran a Will ‘a lo chancho’, y que removieran el cuchillo en su garganta. Lo dejaron morir desangrado en un arroyo”</span> Y más adelante: <span style="font-style:italic;">“Esto era apenas una muestra del terror paraoficial que sobrevendría en la campaña. Los colonos fueron detenidos, saqueados y ultrajado... No hubo distinciones en la persecución. Familias de inmigrantes alemanes e italianos, que tuvieron una participación acotada en los alzamientos, también fueron reprimidas con ferocidad”</span>. <br />Entre 1887 y 1889 ingresaron al país 450,000 inmigrantes; en muchos casos fueron muy maltratados: <span style="font-style:italic;">“En una carta publicada en la prensa obrera en 1891, el inmigrante José Wanza explicó que había llegado a la Argentina impulsado por agentes argentinos en Viena, que le hablaron de la riqueza y el bienestar del país. Pero, una vez en Buenos Aires, vagó por la ciudad sin encontrar trabajo. Según su relato, alojado ‘en el hotel de Inmigrantes, una inmunda cueva sucia, los empleados nos trataron como si hubiésemos sido esclavos. Nos amenazaron a echarnos a la calle si no aceptábamos una oferta de ir como jornaleros para el trabajo en plantaciones a Tucumán con un salario de 20 pesos por mes...’. Finalmente, aceptó”.</span><br />Las condiciones de vida de los inmigrantes solían ser miserables: <span style="font-style:italic;">“Según el censo de 1904, en la ciudad había 2462 conventillos de construcción precaria y con deficiencias sanitarias que estaban habitados por más de 150.000 personas, la sexta parte de la población de Buenos Aires. En cada cuarto vivían hasta diez personas, que además lo utilizaban como cocina y taller de costura o planchado”.</span><br />En semejante situación, los trabajadores empezaron a luchar por mejores condiciones: fueron violentamente reprimidos. En 1902, se puso en vigencia la ley 4144 –Ley de Residencia– en virtud de la cual podía ordenarse la expulsión del país de todo extranjero que perturbara la paz pública, comprometiera la seguridad nacional o participara de "delitos comunes". En 1907 la Marina fusiló a obreros portuarios de Ing White, que reclamaban la reincorporación de trabajadores despedidos, aumentos salariales y jornadas de ocho horas. <span style="font-style:italic;">“La Marina admitió su responsabilidad en el hecho…. El presidente Figueroa Alcorta no se pronunció, pero hizo reforzar la custodia de los edificios públicos”.</span><br />En 1906 el coronel Falcón fue designado jefe de la Policía para enfrentar el crecimiento de los disturbios sociales. Inmediatamente se encargó de militarizar la fuerza: <span style="font-style:italic;">“Falcón convirtió la Policía en un cuartel de guerra, con un sistema comando especializado en tácticas y estrategias militares, a fin de que el Estado tuviera el control ideológico de la sociedad y estuviese preparado para la acción violenta frente a los nuevos desafíos políticos y sociales”</span>. En 1909, en medio de un clima agitado por huelgas y reclamos, la nueva policía reprimió a balazos una manifestación obrera: <span style="font-style:italic;">“Los revólveres Colt y los sables se descargaron sobre la multitud. Entre gritos y corridas, la manifestación se desbandó. Se cruzaron disparos. Los cuerpos empezaron a caer. La sangre tiñó los charcos de agua. Los muertos superaban la docena. Había casi ochenta heridos. Eran de origen español, italiano y ruso. Por la noche, Falcón ordenó redadas en locales anarquistas y socialistas. Hubo casi mil detenidos, muchos de los cuales empezaron a ser sumariados por violar la Ley de Residencia. Los esperaba la deportación. Tenían tres días para salir del país”</span>. Se inició así la llamada <span style="font-style:italic;">Semana Roja</span>. Al día siguiente, en el funeral de las víctimas, la policía volvió a cargar violentamente sobre los trabajadores. <span style="font-style:italic;">“El anarquismo y el socialismo llamaron a una huelga por la libertad de los detenidos... También reclamaron la renuncia de Falcón. La huelga duró una semana. Participaron cerca de trescientos mil trabajadores. Pero Falcón no renunció. Su acción fue apoyada por Figueroa Alcorta”</span>. La violencia social desatada iba a cobrarse de todos modos la vida del coronel Falcón. Un militante anarquista, Simón Radowitzky, lo mató ese mismo año para vengar a sus compañeros muertos en la represión.<br />La historia se está haciendo larga pero, la verdad, queda todavía bastante tela para cortar, de modo que propongo seguirla en otra nota posterior.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-60521246752296430412010-10-23T19:59:00.005-03:002010-10-23T20:48:57.448-03:00El eterno retorno de lo mismo<span style="font-style:italic;">“Esta lenta araña arrastrándose a la luz de la luna, y esta misma luz de la luna, y tú y yo cuchicheando en el portón, cuchicheando de eternas cosas, ¿no hemos coincidido ya en el pasado? ¿Y no recurriremos otra vez el largo camino, en ese largo tembloroso camino, no recurriremos eternamente?”</span> Con estas palabras expuso Friedrich Nietzsche en su <span style="font-style:italic;">Así habló Zarathustra</span> la doctrina del <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">eterno retorno de lo mismo</span></span>. No fue Nietzsche el primero en exponerla; Pitágoras y sus seguidores sostuvieron la concepción cíclica del tiempo y también lo hicieron los estoicos en el siglo III AC, pero a pesar de estos ilustres antecedentes, suele asociarse el eterno retorno al nombre del genial pensador alemán.<br />Jorge Luis Borges en un ensayo llamado <span style="font-style:italic;">La doctrina de los ciclos</span>, incluido en <span style="font-style:italic;">Historia de la Eternidad</span> explica la doctrina en estos términos: <span style="font-style:italic;">“El número de todos los átomos que componen el mundo es, aunque desmesurado, finito, y sólo capaz como tal de un número finito (aunque desmesurado también) de permutaciones. En un tiempo infinito, el número de las permutaciones posibles debe ser alcanzado, y el universo tiene que repetirse”</span>. Borges señala –acertadamente a mi juicio– el origen matemático de la teoría en Nietzsche, pero lo hace para demolerla, y recurre para ello a los números transfinitos de Georg Cantor. Dice Borges: <span style="font-style:italic;">“Cantor destruye el fundamento de la tesis de Nietzsche. Afirma la perfecta infinitud del número de puntos del universo, y hasta de un metro de universo, o de una fracción de ese metro… El roce del hermoso juego de Cantor con el hermoso juego de Zarathustra es mortal para Zarathustra. Si el universo consta de un número infinito de términos, es rigurosamente capaz de un número infinito de combinaciones –y la necesidad de un eterno retorno queda vencida. Queda su mera posibilidad, computable en cero”</span>.<br />Con dudas, con temor, pienso que la refutación de Borges es inválida. Me hace recordar el argumento –también falaz– del biólogo francés Pierre Lecompte du Noüy en defensa del creacionismo. Sostenía este científico que <span style="font-style:italic;">“en toda la vida del Universo no se podría haber formado al azar ni una sola molécula de proteína reconocible a partir de los distintos átomos constituyentes, y por lo tanto era necesaria la presencia de un creador”</span> (Isaac Asimov – <span style="font-style:italic;">El planeta que no estaba</span>). <span style="font-style:italic;">“El primer fallo de este argumento”</span> dice Asimov <span style="font-style:italic;">“es pensar que los átomos se unirán de manera totalmente aleatoria. Se olvida que existen leyes químicas muy precisas que dictan como se han de agrupar los distintos átomos para formar compuestos... Las restricciones que implican las leyes de la química limitan el número de combinaciones y fuerzan a que, empezando con los mismos constituyentes sometidos a las mismas condiciones, se termine con productos muy parecidos”</span>. O sea, la evolución no se maneja con el puro azar, sino con un azar guiado por las leyes de la física y de la química. No puedo evitar pensar que lo mismo podría responderse al argumento de Borges contra Zarathustra.<br />Sin embargo, en el mismo ensayo, Borges expone un segundo argumento –metafísico este vez– contra el eterno retorno, que sí me parece válido. <span style="font-style:italic;">“Una incertidumbre final, esta vez de orden metafísico. Aceptada la tesis de Zarathustra, no acabo de entender cómo dos procesos idénticos dejan de aglomerarse en uno. ¿Basta la mera sucesión, no verificada por nadie? A falta de un arcángel especial que lleve la cuenta, ¿qué significa el hecho de que atravesamos el ciclo trece mil quinientos catorce, y no el primero de la serie o el número trescientos veintidós con el exponente en dos mil? Nada, para la práctica –lo cual no daña al pensador. Nada para la inteligencia –lo cual ya es grave”</span>. Soy incapaz de imaginar una refutación para este nuevo argumento borgiano contra el eterno retorno. <br />Esto me trae a la mente la interpretación que el novelista checo Milan Kundera hace sobre este tema. Para Kundera el eterno retorno es una manera mítica de afirmar el peso, la densidad del ser. <span style="font-style:italic;">“El mito del eterno retorno viene a decir,</span> per negationem, <span style="font-style:italic;">que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan”</span>. (Milan Kundera – <span style="font-style:italic;">La insoportable levedad del ser</span>).<br />Tal vez algún improbable lector se esté preguntando qué pienso yo de todo esto. Tiempo atrás, ante la muerte de un amigo, escribí lo siguiente: <span style="font-style:italic;">“él y nosotros ya derrotamos a la muerte de una vez y para siempre. En la historia de ese todo que llamamos "el Ser" o "el Universo" hay algo que existió, que venció a la nada, y que se llama como cada uno de nosotros. Somos para siempre una de las posibilidades del Ser que se realizaron, que no quedaron en la nada”</span>. En otras palabras, todo pasa pero, desde una perspectiva intemporal del universo, lo que es, es para siempre. Creo que el eterno retorno es una forma de expresar esta idea.<br />En la disyuntiva entre peso y levedad que Kundera plantea en su novela elijo entonces el peso. Pero es preciso convertirnos, como Nietzsche quería, en personas capaces de aguantar la inmortalidad. <span style="font-style:italic;">“No anhelar distantes venturas y favores y bendiciones, sino vivir de modo que queramos volver a vivir, y así por toda la eternidad”</span> (Friedrich Nietzsche – <span style="font-style:italic;">Fragmentos póstumos</span>)Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-85909282485770595092010-10-16T11:36:00.002-03:002010-10-16T11:40:52.480-03:00Elogio de la lentitud<span style="font-style:italic;">“La velocidad es la forma de éxtasis que la revolución técnica ha brindado al hombre”</span> dice el escritor checo Milan Kundera en su novela <span style="font-style:italic;">La lentitud</span>. <span style="font-style:italic;">“Contrariamente al que va en moto, el que corre a pie está siempre presente en su cuerpo, permanentemente obligado a pensar en sus ampollas, en su jadeo; cuando corre siente su peso, su edad, consciente más que nunca de sí mismo y del tiempo de su vida. Todo cambia cuando el hombre delega la facultad de ser veloz a una máquina: a partir de entonces, su propio cuerpo queda fuera de juego y se entrega a una velocidad que es incorporal, inmaterial, pura velocidad, velocidad en sí misma, velocidad éxtasis”</span>. <br />Es muy buena la observación de Kundera, sobre todo en tiempos como el que vivimos, en lo que todo parece que debe ser <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">ya</span></span>. Rapidez, agilidad, urgencia, son las palabras de hoy, las que están omnipresentes en la cantilena de los líderes empresarios. Klaus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico Mundial, expuso la necesidad de correr, en los siguientes términos: <span style="font-style:italic;">“Estamos pasando de un mundo donde el grande se come al pequeño a un mundo <span style="font-weight:bold;">donde los rápidos se comen a los lentos</span>”</span>. (En Carl Honoré – <span style="font-style:italic;">Elogio de la lentitud</span>).<br />Y voy a traer a colación una modesta anécdota personal: hace unos años, estando yo de vacaciones, mi gerente de aquel entonces me llamó para pedirme que las interrumpiese por un par de días para hacerle una presentación a un cliente, presentación que, de más está aclararlo, era urgentísima, no podía esperar, tenía que ser <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">ya</span></span>. Lo hice (que remedio me quedaba). El cliente tomó finalmente la decisión de compra… <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">un año después</span></span>. ¿Dónde estaba entonces la urgencia? ¿En la realidad o sólo en la imaginación de aquel gerente, colonizada por la ansiedad?<br />Volvamos a Kundera: <span style="font-style:italic;">“Curiosa alianza: la fría impersonalidad de la técnica y el fuego del éxtasis. Recuerdo una norteamericana, a la vez ceñuda y entusiasta… que hace treinta años me dio una lección (gélidamente teórica) sobre la liberación sexual; la palabra más recurrente en su discurso era la palabra «orgasmo»; conté las veces: cuarenta y tres. El culto al orgasmo: el utilitarismo puritano proyectado en la vida sexual; la eficacia contra la ociosidad; la reducción del coito a un obstáculo que hay que superar lo más rápidamente posible para alcanzar una explosión extática, única meta verdadera del amor y del universo”</span>. Otra vez, tremendamente certero Kundera. La raíz de todo este asunto está en el utilitarismo puritano y su culto de la eficacia. Eso es lo que estaba en la cabeza del gerente de marras (sin que él lo sospechara, obviamente). Supongo que debe ser más divertido aplicarlo al sexo, como lo hacía la norteamericana de la historia, pero en el fondo lo mismo da.<br />Los idiomas conservan a veces una sabiduría escondida en sus rincones. En latín –y por derivación en nuestro castellano– la palabra para designar la ocupación es <span style="font-style:italic;">negocio</span> que significa literalmente <span style="font-style:italic;">negación del ocio</span>. Como si el ocio fuese el estado fundamental del hombre del que, esporádica y lamentablemente, cada tanto hay que salir para rebajarse a las actividades prácticas de la vida material. En contraposición, la palabra inglesa <span style="font-style:italic;">business</span> proviene de <span style="font-style:italic;">busy</span>, ocupado; es la condición de estar ocupado. La diferencia entre los lenguajes revela toda una diferencia entre las actitudes vitales, diferencia que el dominio económico que el mundo anglosajón ejerce va borrando de a poco.<br />Pero, ya que como hemos visto, esta obsesión por la velocidad es un tema cultural derivado del puritanismo utilitarista, podríamos preguntarnos: ¿es necesariamente válido? Dice Carl Honoré en la obra citada: <span style="font-style:italic;">“ha llegado el momento de poner en tela de juicio nuestra obsesión por hacerlo todo más rápido. Correr no es siempre la mejor manera de actuar. La evolución opera sobre el principio de la supervivencia de los más aptos, no de los más rápidos. No olvidemos quién ganó la carrera entre la tortuga y la liebre. A medida que nos apresuramos por la vida, cargando con más cosas hora tras hora, nos estiramos como una goma elástica hacia el punto de ruptura”</span>. No se trata, claro está, de dejar de lado las responsabilidades para volcarnos a una <span style="font-style:italic;">fiaca</span> improductiva, sino de recuperar la interioridad, el tiempo para volver a estar con nosotros mismos y con las personas amadas –que es la única forma de estar con uno mismo– escuchándose sin apuros, liberándose de esa necesidad de <span style="font-style:italic;">“tanto correr pa llegar a ningún lado”</span> como dice la copla popular.<br />Que sea el maestro Kundera quien cierre esta nota: <span style="font-style:italic;">“¿Por qué habrá desaparecido el placer de la lentitud? Ay, ¿dónde estarán los paseantes de antaño? ¿Dónde estarán esos héroes holgazanes de las canciones populares, esos vagabundos que vagan de molino en molino y duermen al raso? ¿Habrán desaparecido con los caminos rurales, los prados y los claros, junto con la naturaleza? Un proverbio checo define la dulce ociosidad mediante una metáfora: contemplar las ventanas de Dios. Los que contemplan las ventanas de Dios no se aburren; son felices”.</span>Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-11884357110604600062010-10-11T01:03:00.006-03:002010-10-13T23:13:17.028-03:00Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010Soy definitivamente un borgeano. Si me viese forzado a elegir un solo escritor no lo dudaría un instante: Borges. Creo que es el escritor más importante del siglo XX en lengua castellana, y también que todos los escritores posteriores le deben algo; Borges cambió la forma de escribir en nuestro idioma.<br />Por eso seguramente mi improbable lector se sorprenderá por lo que voy a decir ahora: <span style="font-style:italic;">creo que la Academia Sueca tuvo razón en no otorgarle el Premio Nobel</span>. Me explicaré: Alfred Nobel instituyó su premio para reconocer a <span style="font-style:italic;">“aquellos que durante el año precedente hayan realizado el mayor beneficio a la humanidad”</span> (Alfred Nobel - <span style="font-style:italic;">Testamento</span>). Y, el premio de Literatura es específicamente para <span style="font-style:italic;">“la persona que haya producido la obra más sobresaliente de tendencia idealista dentro del campo de la literatura”</span> (Alfred Nobel - <span style="font-style:italic;">Testamento</span>). En otras palabras, el ganador de un Premio Nobel debe ser una persona que encarne el ideal de servicio a la humanidad. Y Borges, cuando estaba maduro para ganar el premio, se mandó el <span style="font-style:italic;">macanón</span> de alabar públicamente al <span style="font-style:italic;">indefendible tirano</span> chileno Augusto Pinochet, y de aceptar un doctorado honoris causa en Chile. Es verdad que se arrepintió después, pero ya era tarde. También es verdad que muchas personas que no representan ni de cerca esos valores han ganado el famoso premio, pero ésa es otra cuestión. Borges perdió el Nobel y fue justo.<br />Si cuento esta historia es para contrastarla con la de Mario Vargas Llosa, reciente ganador del Premio Nobel de Literatura. Vargas Llosa viene defendiendo desde hace más de un cuarto de siglo una posición política de derecha. Es un liberal convencido. Pero su liberalismo no se limita al campo económico; es también, y sobre todo, un liberal en política. Como tal se ha opuesto siempre, en forma totalmente consecuente, a todos los regímenes dictatoriales, tanto de derecha como de izquierda. Entonces, uno puede estar o no estar de acuerdo con el liberalismo económico que Vargas Llosa defiende (yo en particular no lo estoy) pero se trata de una materia opinable; no es intrínsecamente contradictorio creer que ése es el mejor camino para llegar al mayor bienestar para todos. Y no hay dudas de que en el campo político Vargas Llosa defendió siempre los valores de la democracia y de la libertad.<br />En verdad me puso muy feliz este premio. No conozco la totalidad de la obra de Vargas Llosa pero sí la mayor parte. Creo que es un gran escritor –lo considero de hecho el escritor viviente más grande que yo haya leído– y además, por lo que dije antes, uno que representa perfectamente los ideales que el Premio Nobel promueve. Se trata entonces de un muy justo reconocimiento, que honra además a la Academia Sueca.<br />La obra de Vargas Llosa es política desde sus primeras novelas y cuentos. Pero lo es en el sentido profundo, no en el panfletario. Ya su primera novela, <span style="font-style:italic;">La ciudad y los perros</span>, que transcurre en la Escuela Miltar Leoncio Prado, especie de microcosmos de la sociedad peruana, inicia una verdadera disección de esta sociedad –y por extensión de la latinoamericana– que va a continuar a lo largo de sus obras siguientes: <span style="font-style:italic;">Los cachorros, La casa verde</span> y <span style="font-style:italic;">La conversación en la Catedral</span>. Esta última es, de todas sus novelas, mi favorita. En palabras del crítico Alfredo Matilla Rivas la novela, de una tremenda complejidad estructural, <span style="font-style:italic;">“logra el análisis de la violencia en casi todos los niveles sociales, políticos y culturales del Perú urbano… universaliza la violencia, la convierte una vez más en el motor central del asunto”</span>. La historia transcurre en la época de la dictadura de Odría; es, creo, uno de los intentos más logrados de contar una dictadura latinoamericana desde adentro. El hecho de que el personaje principal sea un funcionario relativamente menor –un secretario de estado– pero influyente, le otorga a mi juicio una particular eficacia.<br />Tal vez fue la densidad de estas novelas la que produjo el vuelco de su autor a dos novelas humorísticas memorables –<span style="font-style:italic;">Pantaleón y las visitadoras</span> y <span style="font-style:italic;">La tía Julia y el escribidor</span>– seguidas por una monumental novela histórica, <span style="font-style:italic;">La guerra del fin del mundo</span>, que narra la inverosímil, pero verdadera historia de Antonio Conselheiro, especie de santón y líder popular del nordeste brasileño a fines del siglo XIX. Esta novela implicó un enorme esfuerzo de investigación histórica por parte del escritor. Se trata de una novela clásica, escrita a la manera de las grandes novelas del siglo XIX a las que Vargas Llosa admira mucho. <br />Después vino <span style="font-style:italic;">Historia de Mayta</span>, una novela relativamente menor pero que marca claramente el giro de su autor a la derecha. La novela cuenta la historia de un revolucionario marxista, Mayta, y su delirante intento de hacer una revolución socialista en el Perú. El tono es satírico y su blanco es claramente la izquierda latinoamericana. Por ejemplo, el grupo en el que milita Mayta, el POR (T) –escisión del Partido Obrero Revolucionario (la letra “T” es de “Trotskista")– tiene apenas cinco miembros. Antes califiqué a esta novela de menor, pero creo que lo es sólo por su extensión. A mi personalmente me gusta muchísimo y además se trata de una novela muy compleja. La historia, que transcurre en un apocalíptico Perú ficcional, se va construyendo con los testimonios –contradictorios a veces– de diferentes personajes. Al final el lector no está seguro de cual es el “verdadero” Mayta.<br />Para mi gusto el escritor entró a partir de ese momento en una especie de declinación, probablemente debida en parte a su mayor dedicación a la miltancia política. Publicó sin embargo un par de obras notables: la excelente novela breve <span style="font-style:italic;">Lituma en los Andes</span>, con la que ganó el premio Planeta en 1993, y <span style="font-style:italic;">La fiesta del chivo</span>, obra de denuncia, muy bien lograda, que transcurre durante la terrible dictadura de Trujillo en Santo Domingo.<br />Otro inmenso escritor contemporáneo, Abelardo Castillo, escribió este sábado en la revista Ñ: <span style="font-style:italic;">“En los mejores libros de Vargas Llosa no se va a encontrar nunca una idea reaccionaria… De Balzac podemos decir que era reaccionario, monárquico y católico. Sin embargo La comedia humana es la serie de libros más antimonárquica, más anticatólica y más progresista que se escribió en Francia. Es en ese sentido que se puede establecer una división muy clara entre el hombre en cuanto ideólogo y el hombre en cuanto escritor”</span>. O sea, según Castillo, un gran escritor siempre va más allá de su ideología y puede ser disfrutado plenamente por quienes no la comparten. Creo que Castillo tiene toda la razón. Sólo me resta agregar “por suerte”.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-41007842022982172052010-09-27T15:14:00.002-03:002010-09-27T15:19:23.703-03:0021 de septiembre - Día de... ¿quienes?Hace años, el gerente general de la empresa de informática en la que trabajo solía decir: <span style="font-style:italic;">“vendedor es el que vende”</span>. No es que a ese caballero, persona muy inteligente por otra parte, le agradaran las perogrulladas. Lo decía irónicamente para referirse a algunos que, buscando mejorar su <span style="font-style:italic;">status</span>, lograban pasar al área de ventas. De más está aclarar que no hacían ni el más mínimo esfuerzo por entender algo de las complejas tecnologías que la empresa distribuía. Pero, claro, el problema era que, para poder venderlas, algo había que entender del tema y estos pobres chicos no entendían una pepa. Entonces sus tarjetas de negocios decían “representante de ventas” pero, lo que se dice vender, no vendían ni medio. La moraleja es que no importa lo que el pedacito de cartulina traiga impreso. Vendedor es sólo el que vende. <br />Traje esta historia a colación porque el espectáculo de esos miles de chicos el día de la primavera, emborrachándose con cerveza o vino barato en las plazas de Buenos Aires, me trajo a la mente una variante de la famosa frase: <span style="font-style:italic;">“estudiante es el que estudia”</span>. No quien calienta una silla en alguna escuela o figura como tal en la planilla de algún burócrata. Estudiante es el que estudia. Y yo tengo la fuerte sospecha de que la enorme mayoría de esos jóvenes ni siquiera sospechan lo que es estudiar. <br />Lamentaría mucho estar equivocado pero muchísimo más lamento estar tan seguro de que no lo estoy. Disto mucho de ser un experto en el tema pero lo conozco bien, por mis hijos, por los hijos de mis amigos, por mis muchos amigos que trabajan como docentes. La educación está en una profundísima crisis que puede arrastrar consigo a toda la cultura occidental; así de grave es la cosa.<br />No se trata del problema de un gobierno, ni siquiera de la Argentina. Si bien es cierto que en la Argentina el problema adquiere una gravedad inusitada por el bajísimo porcentaje del ingreso que se asigna a educación –bajo incluso comparado con el de otros países latinoamericanos– la crisis es mundial. Yo sospecho que está relacionada con una crisis general de valores. Pero ya dije que no soy ningún experto, de modo que dejaré a hablar a alguien que sí lo es: <span style="font-style:italic;">“cuando nos manifestamos escandalizados al advertir… que casi el 70% de nuestros niños y jóvenes no comprende lo que lee, es preciso tener presente que posiblemente ellos no comprendan lo que leen en los libros, pero comprenden muy bien lo que leen en la sociedad… Con su olfato entrenado para detectar la hipocresía, los jóvenes leen con gran agudeza las señales que envía el mundo en el que deberán vivir. Siguen con gran dedicación las enseñanzas de sus maestros en ese mundo, los verdaderos pedagogos nacionales: la televisión, la publicidad, el cine, el deporte, la música popular, la política y todo lo que entra en los espacios de celebridad que ellos definen” </span>(Guillermo Jaim Etcheverry – <span style="font-style:italic;">La tragedia educativa</span>). <br />Por si alguien no lo ubica bien, el autor del párrafo anterior es ex-rector de la Universidad de Buenos Aires, investigador científico y experto en temas de educación. La obra citada es un libro de lectura imprescindible para entender la gravedad de la situación; su mismo título lo dice todo.<br />¿Cuáles son esas señales que según Jaim Etcheverry reciben nuestros jóvenes de los medios? <span style="font-style:italic;">“Nuestra sociedad, que honra la ambición descontrolada, recompensa la codicia, celebra el materialismo, tolera la corrupción, cultiva la superficialidad, desprecia el intelecto y adora el poder adquisitivo, pretende luego dirigirse a los jóvenes para convencerlos, con la palabra, de la fuerza del conocimiento, de las bondades de la cultura y de la supremacía del espíritu”</span>. Y no es una afirmación hecha a la ligera sino que está respaldada por sólidos estudios: <span style="font-style:italic;">“Una investigación realizada no hace mucho entre estudiantes secundarios de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires por Eduardo D’Alessio muestra que el 52% de los jóvenes considera que tener éxito en la vida es hacer lo que les gusta, mientras que el 46% reparte sus respuestas entre ganar mucho dinero, lograr estabilidad económica, ser profesional reconocido, ser famoso y ganar dinero sin trabajar”</span> (Guillermo Jaim Etcheverry – <span style="font-style:italic;">obra citada</span>).<br />Uno de los resultados inmediatos de esta verdadera <span style="font-style:italic;">banalización de la vida</span> es la desvalorización del lenguaje y su reemplazo por la imagen, con el consiguiente empobrecimiento del lenguaje, que alcanza en la juventud actual niveles verdaderamente patéticos. Puede ser cierto que una imagen diga más que mil palabras, pero en todo caso lo que dice es otra cosa. La verdad es que la mayor parte del conocimiento, tanto en las ciencias duras como en las disciplinas humanísticas, requiere del lenguaje –y de la lectura– para su expresión y difusión. La pobreza en el manejo del lenguaje condena a esos jóvenes a quedarse definitivamente fuera del mundo del conocimiento.<br />El libro de Jaim Etcheverry es de 1999. El fin de semana pasado, el escritor peruano Mario Vargas Llosa publicó en La Nación un artículo titulado sugestivamente <span style="font-style:italic;">La era del bufón</span>. Cito uno de sus párrafos: <span style="font-style:italic;">“Divertirse a como dé lugar, aun cuando ello conlleve transgredir las más elementales normas de urbanidad, ética, estética y el mero buen gusto, es el mandamiento primero de la cultura de nuestro tiempo. La libertad, privilegio de que gozan los países occidentales y hoy, por fortuna, un buen número de países del resto del mundo, a la vez que garantiza la convivencia, el derecho de crítica, la competencia, la alternancia en el poder, permite también excesos que van socavando los fundamentos de la legalidad, ensanchando ésta a extremos en que ella misma resulta negada. Lo peor es que para ese mal no hay remedio, pues mediatizar o suprimir la libertad tendría, en todos los casos, consecuencias todavía más nefastas para la información que su trivialización”</span>. En otras palabras, es la propia dinámica del sistema democrático-liberal la que lleva a la degradación de la cultura, situación de la que no parece posible salir ya que los remedios serían peores todavía que la enfermedad.<br />¿Entonces? Confieso que no lo sé. No querría hacer futurología pero me siento poco optimista. No puedo dejar de recordar que las culturas parecen eternas para quienes nacemos y nos nutrimos de ellas, pero lo real es que nacen, se desarrollan, y también mueren. Y nuestra cultura parece haber entrado en una decadencia que no imagino cómo revertir. Termino estas modestas reflexiones con los versos del poeta japonés Matsuo Basho:<br /><span style="font-style:italic;">“Las patrias se derrumban,<br />ríos y montañas permanecen;<br />sobre las ruinas del castillo<br />verdea la hierba, es primavera”</span>Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-72023382134372614132010-09-17T13:14:00.012-03:002010-09-17T13:52:08.405-03:00Sobre Luis Alberto Romero, el gobierno y los derechos humanosEl prestigioso historiador Luis Alberto Romero, hombre de ideas socialdemócratas, escribió esta semana en Clarín un artículo titulado El gobierno decidió reescribir el Nunca Más. El artículo, que puede encontrarse en <span style="font-style:italic;">http://www.clarin.com/opinion/Gobierno-decidio-reescribir_0_336566400.html<span style="font-weight:bold;"></span></span>, me dio la oportunidad de polemizar con algunos amigos que son bastante más pro-K que yo. Me pareció útil publicar aquí parte de lo que escribí sobre el tema.<br />-------------------------------------------------------------------------------------<br />En primer lugar, y para dejar las cosas bien claras desde un principio, yo abomino de la dictadura militar y de sus siniestros procederes. Apoyé (apoyo todavía) al gobierno de Alfonsín sin reservas por haber juzgado a esos genocidas. Sigo creyendo que el hecho sin precedentes de que un gobierno civil haya juzgado y condenado a los dictadores militares que lo precedieron es una <span style="font-style:italic;">gesta histórica heroica</span>, mucho más teniendo en cuenta el gran poder con el que los militares contaban todavía en aquel momento (y que se manifestó años después en los lamentables sucesos de Semana Santa). Apoyo también al actual gobierno en su esfuerzo por seguir haciendo que los genocidas paguen sus crímenes. Por mi todos los represores pueden pudrirse en la cárcel; no les deseo mejor destino.<br />En segundo lugar, no estoy –y nunca estuve– de acuerdo con la llamada <span style="font-style:italic;">“teoría de los dos demonios”</span>. Pero acá hay que matizar un poco: estoy de acuerdo en que dicha teoría sirve más que nada para que buena parte de la sociedad se haga la inocente <span style="font-style:italic;">(“nosotros éramos tan buenos y vinieron dos demonios malvados a destrozarse frente a nuestros ojos”)</span>. También concuerdo en que no hay simetría entre los grupos guerrilleros y el Estado. A pesar de que estoy convencido que había que combatir a la guerrilla, ese combate debió haberse mantenido siempre dentro de los márgenes de la ley. Y es una flagrante mentira que esto no se podía hacer. Una demostración es que Italia lo hizo. Pero todo esto no exime de ninguna manera a los grupos de la izquierda radicalizada de los 70s de su enorme responsabilidad histórica. Y creo que muchos de esos militantes nos deben todavía su autocrítica. Sin duda muchos conocerán la carta de Oscar Del Barco, ex militante en los 60s del llamado Ejército Guerrillero del Pueblo. Si no la conocen búsquenla; es un ejercicio de esa autocrítica que creo que hace falta en forma más generalizada. Transcribo uno de sus párrafos: <span style="font-style:italic;">“Ningun justificativo nos vuelve inocentes. No hay "causas" ni "ideales" que sirvan para eximirnos de culpa. Se trata, por lo tanto, de asumir ese acto esencialmente irredimible, la responsabilidad inaudita de haber causado intencionalmente la muerte de un ser humano. Responsabilidad ante los seres queridos, responsabilidad ante los otros hombres, responsabilidad sin sentido y sin concepto ante lo que titubeantes podríamos llamar "absolutamente otro". Más allá de todo y de todos, incluso hasta de un posible dios, hay el</span> no matarás. <span style="font-style:italic;">Frente a una sociedad que asesina a millones de seres humanos mediante guerras, genocidios, hambrunas, enfermedades y toda clase de suplicios, en el fondo de cada uno se oye débil o imperioso el</span> no matarás”.<br />Como dije en otra cocasión, fui estudiante universitario en los 70s y conocí en forma directa a muchos militantes de esos grupos. Más tarde leí, charlé y medité mucho sobre el tema. Creo entender bastante bien algunas de las razones que llevaron a una radicalización tan extrema, pero sigo pensando que fue un delirio. Martín Caparrós, de quien leí con verdadero apasionamiento su monumental obra <span style="font-style:italic;">La Voluntad</span>, escrita en colaboración con Eduardo Anguita, expresa muy bien ese carácter delirante en un párrafo de su novela <span style="font-style:italic;">A quien corresponda</span> que ya cité en una entrada anterior: <span style="font-style:italic;">“Hace cuarenta años, cuando teníamos quince o veinte y empezamos a meternos en política, la Argentina era un país bastante próspero. Todos lo sabemos, pero últimamente estuve mirando algunos números para ver si no nos equivocábamos, si no era otro de esos recuerdos que uno se fabrica. No era: la desocupación no era importante, la desigualdad no era tan bruta, había pobreza pero no miseria, las escuelas y los hospitales públicos funcionaban bien, había jubilaciones decentes, hasta había un futuro… Teníamos industrias en serio, fabricábamos coches, heladeras, aviones, había trenes que iban a todos lados, una flota mercante, las mejores editoriales en castellano… Entonces apareció nuestra famosa generación y decidió que ese país era un desastre”</span>. O sea, no fue un análisis de la <span style="font-style:italic;">realidad objetiva</span> lo que llevó a esos grupos a radicalizarse así. Siempre he creído que fueron herederos del espíritu rebelde de la generación <span style="font-style:italic;">beatnik</span>, de las andanzas de Jack Kerouac, sólo que en nuestro caso mediatizadas por el Che y su teoría manifiestamente incorrecta del foquismo revolucionario. Pero el espíritu de rebelión romántica fue el mismo.<br />Ese <span style="font-style:italic;">espíritu de los tiempos –zeitgeist–</span> fue el que hizo que en los 70 se volviese <span style="font-style:italic;">chic</span> ser peronista de izquierda. Comparto la preocupación de Romero acerca de la situación de hoy; creo que está pasando algo parecido. Mientras que es un mérito indudable de este gobierno el haber vuelto a politizar a la juventud, creo que esto se está haciendo de modo muy unilateral y poco reflexivo, con una lógica amigo-enemigo que lleva, naturalmente, a la justificación de la violencia. Si yo percibo a mi adversario como enemigo de lo nacional por definición, entonces es lógico que quiera eliminarlo, no escucharlo o polemizar con él. Ojo, no estoy diciendo que las cosas hayan llegado, o vayan necesariamente a llegar, tan lejos. Espero lo mismo que Romero que esta vez la historia se repita en tono de farsa.<br />Este asunto de la lógica amigo-enemigo tiene mucho que ver con la apropiación que hace el gobierno de la lucha por la memoria y por la vigencia de los derechos <span style="font-style:italic;">(comentario marginal: lo que dice Romero sobre el nulo respeto que tenían las organizaciones de izquierda en los 70s por los derechos humanos, es <span style="font-weight:bold;">absolutamente correcto</span>. Todas ellas los consideraban, al igual que la democracia, como parte de la superestructura burguesa que sería barrida por la revolución)</span>. Cuando Alfonsín, con todas las inevitables limitaciones que se quieran señalar, llevó adelante los juicios, no hubo ni el más mínimo intento del gobierno de apropiarse de esa gesta. Me parece que la actitud del gobierno actual es muy diferente. Las Madres –organización que se ganó un justificado respeto mundial por su heroica lucha– son hoy en día casi un apéndice del partido gobernante –hecho casi patético si uno recuerda que fue un presidente de ese mismo partido, que en aquel entonces gozaba además de las simpatías de Néstor Kirchner, quien indultó a los comandantes del genocidio.<br />En el fondo se trata de una expresión más de uno de los temas que siempre me han alejado del peronismo: me refiero a la confusión constante que hay en este movimiento entre partido, gobierno y Estado. Otra manifestación de lo mismo es lo que pasa hoy en el canal estatal; hay programas de buena calidad, sin duda, pero los programas políticos son monótonamente oficialistas. Esto no es inevitable en modo alguno; en la RAI, por ejemplo, está lleno de programas donde le pegan a Berlusconi como en bolsa. Pero, ¿por qué irnos a Europa? En la época de Alfonsín los canales de TV eran todos estatales y en muchos programas políticos le pegaban al gobierno, en muchos casos con saña, sin que haya existido ningún intento de hacerlos callar o de censurarlos. Creo honestamente que esta diferencia en el trato a la prensa, por mal intencionada que ésta pueda ser a veces, es una verdadera divisioria de aguas entre peronistas y radicales. ¿Necesito decir para cual de los dos lados creo que debe inclinarse el pensamiento progresista?Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-74093015667042867422010-09-12T23:38:00.003-03:002010-09-12T23:46:49.179-03:00El Jesús de la feLa concepción iluminista de la historia, a la que hice referencia en la entrada anterior, dominó completamente el mundo occidental durante el siglo XIX y comienzos del XX. Hubo en la primera mitad del siglo XX un pensador, el sociólogo francés Lucien Levy-Bruhl, que se propuso estudiar la manera precisa en la que se había producido el pasaje de la mentalidad primitiva a la mentalidad racional moderna. Fracasó totalmente. Finalmente tuvo que reconocer que los rasgos que el iluminismo consideraba primitivos coexisten con los modernos en los seres humanos de todas las épocas. El progreso, tal como lo concebía el iluminismo, simplemente no existe.<br />Es por lo tanto presuntuoso –y hasta riesgoso– dejar de lado la opinión de las generaciones anteriores, eso que suele llamarse la <span style="font-style:italic;">tradición</span>. Y no se trata de conservadurismo; por el contrario, creo que la tradición debe ser reinterpretada según las formas de ver y sentir el mundo propias de cada tiempo. Pero que nuestra ciencia y nuestra tecnología sean superiores a las de la antigüedad o el medioevo no implica que nuestra concepción general del mundo también lo sea. Y si no me creen pregúntenle a Levy-Bruhl.<br />Por esta razón es que, para reflexionar acerca de quien fue Jesús realmente, prefiero partir de la tradición, de las definiciones de los concilios en definitiva, ya que fueron los concilios quienes estuvieron en las mejores condiciones para encontrar una respuesta a esa espinosa cuestión. <br />La respuesta que los concilios encontraron se apoya en los conceptos de <span style="font-style:italic;">naturaleza</span> y <span style="font-style:italic;">persona</span>. Y es que, como es natural, los obispos utilizaron los conceptos filosóficos vigentes en su tiempo. En otras palabras, hicieron exactamente lo que yo propuse más arrriba: reinterpretaron la tradición a partir de la concepción del mundo propia de su época. <br />En la filosofía neoplatónica en boga durante los primeros siglos de nuestra era, el concepto de <span style="font-style:italic;">naturaleza</span> responde a la pregunta de <span style="font-style:italic;">qué es</span> algo. El concepto de <span style="font-style:italic;">persona</span> por su parte responde a la pregunta de <span style="font-style:italic;">quien es</span> alguien. Está claro que, según esta filosofía, todos los seres del universo poseen una naturaleza pero no todos son personas. Sólo lo son los seres de naturaleza espiritual.<br />Utilizando estos conceptos, y no sin grandes discusiones, el Concilio de Calcedonia llegó finalmente en el siglo V a la siguiente definición: <span style="font-style:italic;">Jesús es una única persona, pero tiene dos naturalezas, una humana y otra divina</span>. A la pregunta <span style="font-style:italic;">“¿quién sos?”</span>, Jesús respondería, según el concilio, con una respuesta única; pero a la pregunta <span style="font-style:italic;">“¿qué sos?”</span>, por el contrario, respondería dos cosas: soy plenamente hombre y soy plenamente Dios. <br />Esta es la posición de la ortodoxia cristiana, aceptada tanto por católicos, ortodoxos y protestantes. La pregunta que cabe hacer es, <span style="font-style:italic;">¿nos sirve todavía?</span><br />La duda es pertinente ya que hoy en día no concebimos el mundo en los términos del siglo V. Si tenemos que responder qué es una cosa pensamos más bien en su estructura molecular. Si se trata de seres vivos pensaríamos en genotipos y fenotipos en continua evolución, no en su naturaleza inmutable. Y nuestra concepción de persona también ha cambiado. Para nosotros no tiene sentido hablar de una persona en sí misma sino sólo como parte de un contexto sociocultural y en relación con otras personas. Dicha red de relaciones forma parte de la esencia misma de lo que una persona es.<br />Acerca de Dios también pensamos muy diferente; baste considerar la difusión que el ateísmo tiene en nuestro mundo. En una entrada anterior intenté sin embargo mostrar que un Dios <span style="font-style:italic;">"dentro"</span> de los seres puede resultar mucho más aceptable para la mentalidad contemporánea que el Dios <span style="font-style:italic;">“arriba”</span> o <span style="font-style:italic;">“en los cielos”</span> . En esta concepción, lo divino es una dimensión del ser y sólo puede encontrarse a Dios en la propia interioridad. Soy conciente de que estoy reemplazando un conjunto de metáforas por otro, pero para referirnos a la Realidad Última sólo contamos con metáforas, y tenemos que usar las que más nos sirven.<br />Creo que utilizando esta concepción de Dios, y la forma de pensar hoy en el universo personal, podemos dar un nuevo sentido a la respuesta ortodoxa sobre Jesús. Dejemos que sea un muy distinguido teólogo quien nos lo explique: <span style="font-style:italic;">“Sin lugar a dudas, pues, Jesús es </span>el público abogado de la causa de Dios. <span style="font-style:italic;">Y no en el simple sentido jurídico-externo, como mero delegado, plenipotenciario o defensor de Dios. Lo es también en el sentido existencial íntimo más profundo… Ante Jesús, el hombre, sin coacción de ninguna clase, es cierto, pero de una manera directa e inexorable, se ve confrontado con la realidad última… Esa realidad última es la que mueve a Jesús en todo su vivir y en todo su obrar”</span> (Hans Kung, <span style="font-style:italic;">El desafío cristiano</span>).<br />Voy a atreverme a parafrasear este párrafo del siguiente modo: una persona es, de algún modo, su proyecto de vida. Jesús, más que ningún otro hombre antes y después que él, puso su proyecto de vida en la profundización de la dimensión divina en él; en esa realidad última que es el fundamento de todos los seres y que llamamos Dios. Por eso puede ser llamado legítimamente <span style="font-style:italic;">Hijo de Dios</span>, a pesar de haber sido íntegralmente un hombre.<br />Una respuesta conjetural por cierto, y una que no todos aceptarán. Pero, ¿qué otra cosa más que conjeturas podemos hacer en este terreno? Orar, claro, con las palabras que la misma tradición nos legó: <span style="font-style:italic;">In te Domine speravi, non confundar in aeternum</span> –en ti Señor espero, no me veré confundido para siempre.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-53187402815643081282010-09-02T12:59:00.002-03:002010-09-02T13:04:00.632-03:00El posmodernismo y el fin de los grandes relatosAlgún improbable lector de este blog tal vez leyó por ahí que estamos viviendo la era del <span style="font-style:italic;">posmodernismo</span>. Quizás hasta haya escuchado decir que el posmodernismo implica el <span style="font-style:italic;">fin de los grandes relatos</span>. ¿Qué significa esto?<br />Empecemos considerando los diversos sistemas de pensamiento que a lo largo del tiempo pretendieron brindar una visión totalizadora –y supuestamente verdadera– de la historia humana. El cristianismo, por ejemplo, fue un sistema de este tipo. La historia para el cristianismo responde al esquema: creación – caída – antigua alianza – venida de Cristo y nueva alianza – segunda venida de Cristo y Apocalipsis. A grandes rasgos esa fue la cosmovisión dominante en Europa durante siglos. <br />A partir del Renacimiento empieza a tomar auge otra concepción diferente de la historia: el Iluminismo. En la visión iluminista la humanidad ha pasado por una etapa mágica, luego por otra metafísico/religiosa y finalmente llegará a la adultez en la etapa científica, en la que la razón le permitirá resolver todos los problemas. El Iluminismo fue la filosofía detrás de las revoluciones democráticas como la francesa o la estadounidense. Nuestros hombres de mayo también estuvieron muy influídos por él.<br />El marxismo, último gran sistema totalizador, no fue del todo hostil al Iluminismo, pero le agregó la idea de la lucha de clases: cada etapa de la historia está determinada por la formas que asume la explotación del hombre por el hombre. Al final del proceso histórico aguarda el socialismo, en el que todas las desigualdades quedarán abolidas. <br />A estos sistemas, que tratan de explicar la historia a partir de los postulados de un sistema, se los llama <span style="font-style:italic;">grandes relatos</span>. Y es que todos ellos están estructurados como narraciones: tienen un comienzo, un desarrollo y un final. Para todos ellos la historia humana marcha en determinada dirección, tiene en definitiva un <span style="font-style:italic;">sentido</span>.<br />Pero los siglos pasaron y la segunda venida de Cristo no se produjo. El siglo XX vio el surgimiento de los irracionalismos más diversos en la filosofía, el arte y la política. Y el socialismo, lejos de liberar a los hombres de sus cadenas, desembocó en el estalinismo, en un imperialismo desembozado y finalmente en un estrepitoso derrumbe.<br />El desencanto entonces hace que los grandes relatos caigan en el descrédito. A partir de la segunda mitad del siglo XX muchos pensadores empezaron a abandonarlos y a concebir la historia como algo esencialmente imprevisible, que se ramifica por caminos azarosos y sin finalidad. Una muestra de esta forma típicamente <span style="font-style:italic;">posmoderna</span> de pensar la dio recientemente la filósofa húngara Agnes Heller, antiguamente defensora del marxismo, que en un reportaje publicado por Ñ dijo: <span style="font-style:italic;">“Hay muchos hechos contingentes que definen el futuro. Diez días antes de la Segunda Guerra Mundial nadie pensaba que iba a haber una guerra mundial. Un año antes del colapso de la Unión Soviética nadie pensaba que iba a pasar. Fueron cosas imprevisibles”</span>. <br />A algunos todo esto le desagrada y hasta lo consideran una suerte de catástrofe del pensamiento. Yo no. El fin de los grandes relatos abolió sin duda la Historia con mayúsculas. Pero nada nos impide intentar comprender la historia, la verdadera, la muchas veces tortuosa pero siempre apasionante historia humana. Ni intervenir en la parte de ella que nos toca. Es más: al no tener ningún gran relato que nos apoye con su autoridad deberemos basarnos inevitablemente en conjeturas, que competirán con las conjeturas, los ideales y los intereses de otros grupos. Y todos tendrán el mismo status y el mismo derecho a confrontar. Me parece que esto no está muy lejos del ideal democrático. <span style="font-style:italic;">El fin de los grandes relatos corresponde en el terreno de las ideas al giro democrático en el terreno político.</span><br />El posmodernismo tiene otros aspectos que me parecen más controvertibles de los que no me he ocupado aquí. Pero el fin de los grandes relatos es uno de los más característicos y también uno de los que mayor influencia ha tenido entre los intelectuales. <span style="font-style:italic;">“No pienso en términos de la historia con mayúsculas” dice Agnes Heller en el reportaje citado. “No creo que haya una tendencia de progreso o de regresión en la historia. No estamos ni mejor ni peor que nuestros antepasados sino en un lugar diferente. Lo más interesante está en entender la especificidad y la particularidad de nuestra edad o época. Y sólo lo podemos hacer para mejorar la vida humana en el tiempo presente”</span>.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-42461580864405716752010-08-29T17:50:00.004-03:002010-08-29T18:10:42.662-03:00Sobre el Jesús históricoMe cuesta imaginar a alguien, creyente o no creyente, que no se haya preguntado alguna vez acerca del hombre Jesús de Nazaret. ¿Qué sabemos realmente acerca de ese hombre, del <span style="font-style:italic;">Jesús histórico</span>?<br />Poco, muy poco. Como todos saben, la vida de Jesús es narrada en cuatro evangelios. Como tal vez no todos sepan, además de esos cuatro <span style="font-style:italic;">evangelios canónicos</span> existe un gran número de <span style="font-style:italic;">evangelios apócrifos</span>. Los evangelios canónicos son más creíbles. Son bastante más antiguos -más cercanos por lo tanto al Jesús histórico- y menos contaminados de doctrinas esotéricas posteriores. La Iglesia hizo un buen trabajo de selección al incluír en el canon bíblico sólo a los cuatro evangelios que todos conocemos.<br />Los evangelios sin embargo, no son (no pretenden ser) libros históricos. O sea, no se refieren al Jesús histórico sino a lo que los estudiosos llaman el <span style="font-style:italic;">Jesús pospascual</span>, un Jesús reinterpretado por sus discípulos a partir de los acontecimientos de su crucifixión, su muerte y su supuesta resurrección. Son obras doctrinarias, cuyo objeto es llamar a la conversión, no presentar una historia fidedigna de la vida de Jesús. <br />Fuentes independientes casi no existen. La más importante es el historiador judío del siglo I Flavio Josefo, quien en su libro <span style="font-style:italic;">Antigüedades judías </span>menciona en un par de ocasiones a Jesús. Las obras de Flavio Josefo sufrieron interpolaciones posteriores por parte de escritores cristianos y muchos especialistas dudan de la autenticidad de los párrafos en cuestión. Sea como sea, lo que dicen sobre Jesús es muy poco. Otras fuentes posteriores, como los historiadores romanos Tácito o Suetonio, se refieren más a los grupos cristianos del siglo II que al propio Jesús, al que sólo nombran indirectamente.<br />Hay entonces quien ha considerado a Jesús como una figura mítica y se trata de una postura posible. A mi sin embargo me cuesta creer que Jesús no haya existido realmente. Los estudiosos del Nuevo Testamento coinciden en que los primeros escritos cristianos (se trata de cartas del apóstol Pablo) son de alrededor del año 50, cuando a lo sumo habían pasado veinte años de la crucifixión. Los primeros evangelios son de alrededor del 70 y parece claro que se basan en fuentes anteriores. Me parece poco creible que que en tan poco tiempo se haya creado un mito con tanto arraigo. <br />De todos modos, aun aceptando que el Jesús histórico sea una figura real y no mítica, es muy difícil llegar a él. Muchos estudiosos que aceptaron la existencia real de Jesús, se limitaron a aportar datos históricos, arqueológicos, geográficos, etc de índole complementaria. Y a lo sumo intentaron también compaginar y ordenar las historias de los evangelios. Tales fueron los casos, entre muchísimos otros, del sacerdote italiano Giuseppe Ricciotti y del agnóstico francés Ernest Renan. Más recientemente , bajo la influencia del protestante alemán Rudolf Bultmann, muchos estudiosos han sostenido que el Jesús histórico estará para siempre fuera de nuestro alcance. Si uno quita de los evangelios las historias legendarias y milagrosa, y todo lo que es interpretación pospascual, no queda nada, o prácticamente nada. <br />Es inevitable referirse aquí a algunos intentos recientes de reconstrucción radical de la vida de Jesús que se han hecho muy populares a partir del éxito descomunal del libro <span style="font-style:italic;">El código Da Vinci</span> de Dan Brown, pero que tuvieron una expresión más académica en la obra de la teóloga australiana Barbara Thiering. Ésta sostuvo que en los rollos del Mar Muerto descubiertos en 1947 hay oculta una historia desconocida de Jesús. En su libro <span style="font-style:italic;">Jesus, the man</span>, Thiering afirma que los evangelios fueron escritos en dos niveles diferentes: uno, superficial, accesible a todos, otro, profundo, sólo para los iniciados; únicamente mediante la técnica de interpretación llamada <span style="font-style:italic;">pesher</span> en hebreo es posible desentrañar el sentido oculto. Así Thiering construye una historia de Jesús expurgada de todo elemento sobrenatural, en la que no faltan el casamiento con María Magdalena –y el divorcio posterior- con los correspondientes hijos de Jesús. Según Thiering, Jesús no murió en la cruz sino que fue bajado vivo y reanimado por terapeutas egipcios. Su vida continuó, viajó por el Mediterráneo, tuvo un encuentro real y no místico con Pablo, al que ganó para su causa, y llegó hasta Roma, donde convenció a Pedro de que debía aceptar el martirio (la famosa leyenda del <span style="font-style:italic;">“Quo Vadis”</span> que para Thiering sería un hecho histórico).<br />La versión de Thiering tiene un atractivo similar al de las teorías conspirativas, pero no se sostiene. La mayor parte de los expertos coincide en que los rollos del Mar Muerto son, como mínimo, un siglo anteriores a la época de Jesús. La técnica <span style="font-style:italic;">pesher</span> es una técnica de interpretación y no de escritura de textos. Además no hay en los rollos del Mar Muerto (ni en ninguna otra fuente) indicio alguno del casamiento de Jesús con María Magdalena ni, menos aun, de que Jesús haya tenido descendientes. Thiering llenó demasiados huecos con la pura imaginación.<br />Lo único que puede decirse a favor de Thiering es que percibió con claridad la importancia que los rollos del Mar Muerto tienen para entender al Jesús histórico y al cristianismo primitivo. A partir de la segunda mitad del siglo XX hubo un gran número de descubrimientos arqueológicos que aportaron nuevos datos sobre el mundo judío del siglo I. Es así como en 1985, un conjunto de expertos forma el grupo de estudios conocido como <span style="font-style:italic;">Jesus Seminar</span>, cuyo objetivo es renovar los estudios sobre el Jesús histórico en base a la nueva información. El más conocido de los miembros de este grupo es el biblista irlandés John Dominic Crossan, quien en varios libros, y utilizando una impresionante multitud de fuentes, expuso su particular visión del tema. Según Crossan, Jesús fue “<span style="font-style:italic;">un campesino revolucionario, un tipo de cínico judío. Su invocación del Reino de Dios no es un suceso apocalíptico en el futuro inminente sino un modo de vida en el presente, un programa social que ataca el sistema de patrocinio, de honor y deshonra que eran la base de la sociedad mediterránea. Tanto las curaciones y los exorcismos como los banquetes con personas marginadas eran demostraciones de cómo se ve el Reino de Dios al nivel de la realidad política. Al fin y al cabo, Jesús proclama el Reino de unos don nadie</span>” (J.D.Crossan, <span style="font-style:italic;">Jesús, vida de un campesino judío</span>).<br />Crossan es un investigador mucho más serio que Thiering, sin duda, pero no todos aceptan sus conclusiones. La pregunta sigue por lo tanto en pie. Se trata en definitiva de la misma pregunta que el propio Jesús formuló hace más de dos mil años: “<span style="font-style:italic;">¿Quién dicen ustedes que soy yo?</span>” (Marcos 8:23). Este humilde alpedornauta confiesa no tener la respuesta. Cada lector deberá por lo tanto encontrar la suya.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-43482688009280259332010-08-19T15:25:00.003-03:002010-08-19T15:54:42.385-03:00Sobre Dios (¿que menos?)El filósofo griego Epicuro en el siglo III AC formuló una objeción contra Dios que todavía hoy sigue teniendo un peso tremendo. Dice así: <span style="font-style:italic;">“¿Dios está dispuesto a prevenir la maldad pero no puede? Entonces no es omnipotente. ¿No está dispuesto a prevenir la maldad, aunque podría hacerlo? Entonces es perverso. ¿Está dispuesto a prevenirla y además puede hacerlo? Si es así, ¿por qué hay maldad en el mundo? ¿No será que no está dispuesto a prevenirla ni tampoco puede hacerlo? Entonces, ¿para qué lo llamamos Dios?”</span>. El argumento de Epicuro en rigor no demuestra que Dios no exista, pero sí que se trata de un Dios inoperante (y en tal caso de poco nos sirve), o (lo que es mucho peor aun) que es un Dios malvado.<br />La mejor respuesta a este argumento aparentemente irrefutable la dio el filósofo alemán Gottfried Leibniz. En ella Leibniz utiliza el interesante concepto de <span style="font-style:italic;">mundo posible</span>. Un <span style="font-style:italic;">mundo posible</span> es un universo que podría haber existido porque no viola las leyes de la lógica. Dios, en la visión de Leibniz, eligió de entre todos los mundos posibles darle la existencia a éste en el que nosotros habitamos, porque es el que tiene el mejor balance entre el bien y el mal que contiene. <span style="font-style:italic;">Es el mejor de los mundos posibles</span>.<br />Es fácil ridiculizar a Leibniz, y de hecho es lo que hizo el escritor francés Voltaire en su divertida novela <span style="font-style:italic;">Candide</span>. Y es que la idea de que este mundo, con su cúmulo de atrocidades cotidianas, pueda ser el mejor mundo posible es una píldora difícil de tragar. Sin embargo creo que la postura de Leibniz puede ser defendida. Reformulémosla de este modo: tal vez sea imposible que el agua posea las propiedades que tiene para la salud y la vida sin que a la vez tenga el potencial de ahogarnos. Del mismo modo, quizás sea imposible crear seres libres, capaces de conocer y de amar, sin que esos mismos seres tengan también la posibilidad de hacer el mal. No se puede tener todo.<br />Leibniz salva entonces la posibilidad de que Dios sea bueno y omnipotente con el sencillo expediente de someterlo a la lógica. Ni siquiera Dios puede crear un universo ilógico. Un universo en el que los círculos sean cuadrados no sería un mundo posible porque no es lógico. Tampoco lo sería un universo que sólo contenga cosas buenas. <br />Ahora bien, Leibniz no demuestra que ese Dios bueno y omnipotente exista. Sólo provee un argumento para mostrar que, contrariamente a lo que Epicuro había afirmado, podría existir. Yo no creo realmente que pueda demostrarse la existencia o la inexistencia de Dios. Ya en el siglo XVIII el filósofo alemán Immanuel Kant demolió todas las supuestas demostraciones, en mi opinión en forma irrebatible. No voy a meterme en esas honduras de todos modos; me voy a limitar al sentido común. Si uno considera que los filósofos han propuesto por años pruebas de la existencia de Dios y sin embargo muchas personas reconocidamente inteligentes han sido y son ateas, eso solo basta para saber que dichas pruebas no fueron concluyentes.<br />Creer o no creer en Dios es entonces algo que pasa por otro lado, no por la razón. Pasa por lo existencial, las vivencias, los sentimientos. La <span style="font-style:italic;">fe</span> en suma. Y la fe se tiene o no se tiene. Después de todo las religiones tradicionalmente la han considerado como un don, una gracia. <br />Se puede ser ateo. No hay nada ilógico en serlo y no creo que haya manera de demostrarle a un ateo que Dios existe, del mismo modo que no es posible demostrarle a alguien sin sensibilidad musical que la música de Bach es bella. Pero tampoco hay nada ilógico en ser creyente. El argumento de Leibniz muestra, como vimos, que Dios, con sus atributos tradicionales de omnipotencia y bondad podría existir. Ahora bien, si Dios existe, ¿cómo es?<br />Digamos ante todo que si Dios existiese su ser tendría que ser más incompresible para nosotros que nuestro ser para una hormiga. Teniendo eso en cuenta hay algunas cosas que podemos plantearnos de todas maneras. Por ejemplo, ¿es Dios un ente separado, independiente del resto de las cosas del universo? ¿O es más bien algo que existe de algún modo en las propias cosas (mejor aun, las cosas existen en Él)?<br />A la primera de esas dos posturas se la suele llamar <span style="font-style:italic;">teísmo</span> y ha sido la creencia tradicional de las grandes religiones en occidente. La segunda se llama <span style="font-style:italic;">panteísmo</span> y ha sido típica de religiones orientales como el hinduísmo y el taoísmo, de muchos místicos tanto orientales como occidentales, y de algunos movimientos New Age (dejo de lado el <span style="font-style:italic;">panenteísmo</span> al que muchos ven como una tercera alternativa porque la considero un tecnicismo de teólogos, sin mayor interés para nuestra discusión).<br />El problema del teísmo es que corre el riesgo de poner a Dios al mismo nivel que el resto de las cosas. Teólogos sutiles como Tomás de Aquino se esforzaron por sortear dicho riesgo, pero al menos a mi no me terminan de convencer. No puedo digerir la idea de un Dios que sea un ente más, por supremo que sea. <br />El panteísmo por su parte pareciera que, al poner a Dios “dentro” de los entes, termina diluyéndolo tanto que el resultado final es casi idéntico al ateísmo. El científico inglés Richard Dawkins en <span style="font-style:italic;">The god delusion</span>, libro en el que defiende un ateísmo muy radical, lo dice ingeniosamente: <span style="font-style:italic;">“El panteísmo es un ateísmo sexy”. </span><br />Creo sin embargo que no es así. El filósofo Baruch Spinoza, uno de los más célebres defensores del panteísmo, afirmaba que Dios o la Naturaleza (que para él eran la misma cosa) tienen infinitos atributos, de los cuales nosotros conocemos tan sólo dos: el pensamiento y la extensión. O, dicho con otras palabras, lo mental y lo material. Los entes individuales son manifestaciones de Dios pero éste las trasciende infinitamente.<br />Una última cuestión: ¿puede el Dios del panteísmo satisfacer la necesidad espiritual de una persona de fe? ¿Podemos por ejemplo dirigirle nuestras oraciones? Indudablemente se trata de un Dios del que no se pueden esperar milagros. No es un Dios que domina las leyes de la naturaleza; se estaría más cerca de la verdad diciendo que las leyes de la naturaleza son parte de lo que Él es. Pero me parece que es un Dios al que se le puede orar a pesar de todo, sólo que entendiendo que las peticiones en este caso sólo serían útiles para preparar al espíritu para formas más perfectas de oración como la contemplación y la oración unitiva. No me parece que esto sea una limitación. De hecho si no me equivoco, con el Dios del teísmo pasa exactamente lo mismo.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-53395113528939057052010-08-16T14:27:00.005-03:002010-08-16T14:46:35.939-03:00Sobre OnettiHacía tiempo que me debía una lectura a fondo de la obra de Juan Carlos Onetti (1909 – 1994). Este escritor rioplatense, nacido en Montevideo pero que vivió muchos años en Buenos Aires, es como Horacio Quiroga y Florencio Sánchez uno de los tantos uruguayos esenciales para la literatura argentina. Y no sólo la argentina; puede ser que Onetti no sea tan famoso como Vargas Llosa, como García Márquez, como Cortázar, pero es tan grande como cualquiera de ellos. Analizar su obra es una tarea que me queda demasiado grande; voy a detenerme sólo en unos pocos aspectos.<br />Buena parte de la obra de Onetti puede ser leída como una extensa reflexión sobre la ficción. No casualmente el libro de Vargas Llosa sobre Onetti se llama <span style="font-style:italic;">El viaje a la ficción</span>. En una de sus novelas fundamentales, <span style="font-style:italic;">La vida breve</span>, su personaje principal, José María Brausen, pierde a la vez su trabajo y a su mujer. Huye entonces de la realidad viviendo una triple ficción: (a) alquila una oficina en la que instala la Brausen Publicidad, donde su única actividad real es ir retirando de la caja fuerte el dinero de su indemnización, cambiándolo por tuercas y bulones que recoge por las calles; (b) se presenta como Arce a su vecina, la prostituta Queca, y vive la fantasía de convertirse en su <span style="font-style:italic;">macró</span> (o <span style="font-style:italic;">cafishio</span>, como prefieran decirlo); (c) empieza a escribir un guion cinematográfico ambientado en una ciudad ficcional llamada Santa María, ciudad que va a tener una larga carrera dentro de la obra de Onetti. Esta historia es una verdadera novela dentro de la novela.<br />Hay en <span style="font-style:italic;">La vida breve</span> varias cosas características de la forma en que Onetti concibe la relación entre ficción y realidad. El hombre que le alquila la oficina a Brausen se llama Onetti. Cuando hacia el final de la novela su historia con Queca y con el verdadero macró de ésta se complica con un crimen, Brausen huye a Santa María. Hay por lo tanto un continuo entre los diferentes planos de realidad/ficción.<br />A partir de La vida breve, las novelas y cuentos de Onetti transcurrirán en Santa María, ciudad a la que no le faltará el monumento a su fundador, Brausen. El ciclo de Santa María incluye novelas como <span style="font-style:italic;">Juntacadáveres</span>, <span style="font-style:italic;">Para una tumba sin nombre</span> y <span style="font-style:italic;">El astillero</span>, y cuentos como <span style="font-style:italic;">El album</span>, <span style="font-style:italic;">La casa en la arena</span>, <span style="font-style:italic;">Jacob y el otro</span>, <span style="font-style:italic;">El infierno tan temido</span>, y muchos otros. Hay permanentes referencias cruzadas entre ellos. Por ejemplo, <span style="font-style:italic;">La casa en la arena</span>, uno de los más celebrados cuentos de Onetti, es prácticamente un capítulo de <span style="font-style:italic;">La vida breve</span> que adquirió vida propia. La misma relación existe entre <span style="font-style:italic;">El album</span> y <span style="font-style:italic;">Juntacadáveres</span>. Esta parte de la obra de Onetti, que es la más extensa y madura, requiere entonces una lectura completa para captar todo su sentido.<br />El tema del <span style="font-style:italic;">macró</span> o <span style="font-style:italic;">cafishio</span> es muy frecuente en Onetti. Ya lo vimos en <span style="font-style:italic;">La vida breve</span>. <span style="font-style:italic;">Juntacadáveres</span> es esencialmente la historia de un <span style="font-style:italic;">macr</span>ó, Larsen, que va a intentar sin éxito llevar a cabo en Santa María la ambición de su vida: instalar un prostíbulo perfecto. El propio Onetti en un reportaje, comparó este intento de Larsen con el del literato que quiere crear la novela perfecta y total. En <span style="font-style:italic;">Para una tumba sin nombre</span>, uno de los personajes de la novela anterior, el joven estudiante Jorge Malabia, vive por un año la fantasía de convertirse también en cafishio. El lector podría llegar a pensar leyendo <span style="font-style:italic;">Juntacadáveres</span> que se trata sólo de una literatura de la sordidez; cuando lee <span style="font-style:italic;">Para una tumba sin nombre</span>, se da cuenta de que sumergirse en esa sordidez es una condición para el conocimiento y, por paradójico que pueda sonar, también para la purificación. <br /><span style="font-style:italic;">El astillero</span>, considerada por muchos como la mejor novela de Onetti, deja esto completamente claro. En ella, Larsen, que había sido expulsado de Santa María por orden del gobernador, retorna cinco años más tarde, ya no como cafishio (aunque no faltan las relaciones ambiguas con un par de mujeres) sino para hacerse cargo de la gerencia general de un astillero en ruinas. La empresa está claramente destinada al fracaso pero el antiguo <span style="font-style:italic;">macró</span>, que adquiere en esta novela una verdadera estatura heroica, persiste en su lucha hasta el final. De esta novela se han hecho interpretaciones de todo tipo, incluso hasta teológicas. Mi modesta opinión es que el Larsen de <span style="font-style:italic;">El astillero</span> es un arquetipo universal, prácticamente idéntico al héroe absurdo de Camus, aplicable por lo tanto a una infinidad de situaciones existenciales concretas.<br />La ambigüedad es otro de los elementos que caracteriza a muchas de las ficciones de Onetti. En la novela breve <span style="font-style:italic;">Los adioses</span>, indudablemente una de sus obras maestras, un hombre enfermo de tuberculosis llega a un pueblo de Córdoba. Dos mujeres diferentes, una acompañada por un chico, la otra mucho más joven que la anterior, vienen a visitarlo. La historia está contada por el puestero del almacén que está a la entrada del pueblo, y que sólo ve al hombre de tanto en tanto. La historia vista por él desde lejos parece tener algo de escandaloso. Al final resulta que la mujer joven es la hija del enfermo. El lector nunca sabrá exactamente lo que pasó, ni cuales eran realmente las relaciones entre el hombre y las dos mujeres. Queda flotando una sospecha de incesto. Creo que la genialidad de Onetti reside aquí en que él nunca lo dice y, por lo tanto, la sospecha nace realmente de lo que está dentro del propio lector. Sospechamos esa sordidez porque la tenemos dentro, aunque sea en potencia. Uno de los críticos que estudió la obra de Onetti dijo que es imposible leerla sin terminar identificándose con alguno de sus personajes.<br />El cuento <span style="font-style:italic;">Mascarada</span> lleva la técnica de la ambigüedad a su mayor expresión. En él una chica muy joven, excesivamente maquillada, atraviesa de noche un parque en el que hay espectáculos de tipo circense. La joven carga una culpa, o un hecho traumático reciente, del que no se nos brinda ningún detalle. Termina sentándose a la mesa donde un hombre gordo y maduro toma cerveza. Hay ciertamente algo ominoso en el ambiente del relato. El cuento ha merecido las interpretaciones más diversas, desde la que lo ve como una alegoría política de la farsa y la corrupción de la Argentina de la llamada <span style="font-style:italic;">Década Infame</span> (el cuento es de 1943), hasta la que afirma que es una especie de reescritura de la <span style="font-style:italic;">Divina Comedia</span> (interpretación que fue rechazada de plano por el autor). Respecto de la protagonista, Mario Benedetti escribió que es tratada en el cuento como un objeto; el crítico Moisés Elías Fuentes dice por el contrario que se trata de la única persona de la historia. Muchos creen que la chica está ejerciendo la prostitución. Todas estas intepretaciones contradictorias las suscita un cuento de apenas cuatro páginas. El lector se queda inevitablemente con la sensación de que algo ha ocurrido, algo probablemente siniestro, pero no entiende exactamente de que se trató. Igual que en la vida, en definitiva.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-61661476140500767282010-08-12T19:13:00.004-03:002010-08-12T19:20:52.159-03:00Literatura, ¿para qué?En noviembre de 2009, en un reportaje publicado por ADN Cultura, el escritor argentino César Aira afirmó lo siguiente: <span style="font-style:italic;">“Creo que la literatura no tiene una función importante en la sociedad. Por otro lado, pienso que la literatura siempre ha sido, es y va a seguir siendo minoritaria”</span>. ¿Qué puedo decir de esto? Que me encanta, eso puedo decir. Creo que es exactamente así. Ahora bien, Aira es un apasionado de los libros. Yo también. Y sin embargo ambos pensamos que la literatura no es tan importante. ¿Cómo es esto?<br />Aventuro una hipótesis: <span style="font-style:italic;">lo que sí es importante es la ficción</span>. Y es que, por aventurera y rica que sea una vida, de todas formas siempre es limitada. La ficción nos permite superar esa limitación, viviendo en forma vicaria centenares de vidas diferentes y conociendo personas, lugares y épocas que en la vida real jamás conoceríamos. Según Aristóteles, esas “vidas virtuales” de la ficción purgan nuestro espíritu de sentimientos que de lo contrario no tendríamos oportunidad de experimentar, pero que necesitamos purgar por eso de que "nada de lo humano nos es ajeno". La palabra griega para purga es <span style="font-style:italic;">catarsis</span>. La ficción cumpliría entonces una función <span style="font-style:italic;">catártica</span>.<br />La necesidad de la ficción parece ser una constante en todas las culturas y es claramente anterior al libro. En las culturas antiguas las ficciones se transmitían en forma oral. En nuestros días es clarísimo que mucha más gente satisface su necesidad de ficción a través del cine o de la TV que de la literatura. La gran pregunta entonces es, ¿terminarán reemplazándola?<br />Me parece que la respuesta es <span style="font-style:italic;">no</span>. Comparemos por ejemplo a la literatura con el cine. Tomemos un caso: la novela <span style="font-style:italic;">El nombre de la rosa</span>, de Umberto Eco. De ella se hizo una buena adaptación cinematográfica. En la película, sin embargo, se pierde una parte importante de la substancia misma de la novela: las discusiones teológicas, la historia de las luchas entre el Papa y el Emperador, los delirantes movimientos heréticos del siglo XIV. La película se limita a los hechos y se queda meramente en una película de acción, buena sin duda, pero muy diferente a la compleja y riquísima novela original. Tal vez es lo mejor que podía hacerse; el cine no es un vehículo apropiado para esa clase de disquisiciones, el libro sí.<br />Se me ocurre otro caso: el <span style="font-style:italic;">Ulises</span> de Joyce. La novela relata un día en la vida de un tal Leopold Bloom. La magistral técnica narrativa de Joyce es esencial en esta obra. De hecho usa una técnica diferente en cada capítulo, y esto tiene que ver con cada momento del día. Por ejemplo, el penúltimo capítulo, en el que Bloom está regresando a su casa de noche, está escrito a la manera de un catecismo, con preguntas y respuestas. El capítulo que le sigue es un largo monólogo sin signos de puntuación, que reproduce el flujo de la conciencia de la esposa de Bloom, semidormida, donde el pasado y el presente, lo imaginario y lo real se mezclan y se confunden. ¿Cómo trasladar esta novela al cine sin que todo lo esencial se pierda?<br />Como contrapartida pienso en una excelente película danesa que vi recién hace un par de semanas, aunque ya tiene muchos años: <span style="font-style:italic;">La fiesta de Babette</span>. La película, cuyos protagonistas principales son un pastor luterano y sus dos hijas. transcurre en una aldea costera de Jutlandia. La escena, a la vez desolada y grandiosa, se une perfectamente con la fe simple y puritana del pastor y sus fieles, y con los himnos, sencillos y conmovedores que entonan en la capilla. Viendo esta película sentí como pocas veces que el paisaje puede ser un estado de ánimo. Para expresar lo que esas imágenes son capaces de expresar un escritor tendría que escribir páginas y más páginas… y fracasaría, porque el paisaje se capta de una ojeada mientras que el lenguaje es sucesivo. Y ni hablar de la música, a la que no hay palabras que la puedan reemplazar.<br />En definitiva, la literatura y el cine son dos instrumentos de la ficción pero muy diferentes entre sí, de modo que creo que no hay riesgos de que uno reemplace al otro. Son, por así decirlo, complementarios. El cine tiene a su favor varias cosas: la unión de la trama con la belleza pictórica de las imágenes y la emoción de la música, el hecho de que ver una película pueda ser un acto social, el hecho para mi evidente de que exige menos esfuerzo que la lectura. Pero la literatura tiene a su vez esa cosa que no sé describir, y que es el arte de crear una realidad contando apenas con eso tan precario que es la palabra, pero que es a la vez lo que más nos identifica como seres humanos, como <span style="font-style:italic;">personas</span>.<br />Que sea César Aira quien cierre este artículo: <span style="font-style:italic;">“Que lea el que quiera. El que quiera leer va a tener mucha felicidad en su vida, pero si no quiere leer, también puede ser muy feliz. No soy un evangelista de la lectura. Ahora se ha puesto de moda eso, promover la lectura…. Yo sospecho que todos los que hacen ese trabajo, y cobran muy buenos sueldos por hacerlo no leen nunca. Los que sí leemos no somos tan proclives a promover la lectura. Quizá porque hemos aprendido que es la actividad más libre que uno puede hacer”.</span>Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-85028943255292593842010-08-07T20:22:00.009-03:002012-03-06T14:12:48.881-03:00La generación setentistaMe fastidian mucho los fanáticos. Y voy a ilustrar con una pequeña historia lo que entiendo aquí por fanático. Tuve un compañero en la secundaria, un gordo atorrante, muy simpático. Un buen día, inesperadamente, el gordo se convirtió al evangelismo. A partir de ese momento, cada vez que nos encontrábamos yo me daba cuenta de que el pibe estaba sólo esperando el momento para meter en la conversación el tema de la religión y su eterno “date una vuelta por la iglesita”. El gordo se había vuelto unidimensional.<br />Las personas normales, a diferencia de mi amigo, tienen por el contrario múltiples dimensiones, a veces incluso medio contradictorias, lo cual lejos de restar, suma. Suma profundidad, hondura. Y esto se manifiesta de un modo muy especial en esas charlas aparentemente triviales entre amigos, en las que se habla de fútbol, de política, del trabajo o de minas. Es decir, en la superficie se habla de eso. En el fondo, lo que cada uno está poniendo sobre la mesa es mucho más que el tema en cuestión; está poniendo de algún modo su ser entero, su <span style="font-style:italic;">persona</span>, que se expresa a través de esa conversación en apariencia insubstancial. Lo dice muy bien Ernesto Sábato en una de sus novelas: <span style="font-style:italic;">“Su pudor le impedía hablar de hechos tan significativos como el tiempo y la muerte. Pero Bruno podía adivinarlos porque aquel muchacho (¿aquel hombre?) era como su propio pasado y podía descifrar sus pensamientos más recónditos a través de palabras tan triviales como caramba, que lástima, esos bancos de cemento, esos caminitos de asfalto, no sé, yo creo, mientras abría y cerraba su cortaplumas de una manera que parecía destinada a controlar el estado de su funcionamiento”</span> (Ernesto Sábato, <span style="font-style:italic;">Abbadon el exterminador</span>).<br />Y es que la capacidad de diálogo está en la esencia misma de lo que somos. En el diálogo están las relaciones <span style="font-style:italic;">“yo-tu”</span> que, según el filósofo judío Martin Buber, son constitutivas de la persona. Implícitas en el diálogo están la libertad, la capacidad de disenso, el respeto por la opinión ajena.<br />Llego así a mi tesis: eso que suele denominarse <span style="font-style:italic;"> "juventud idealista de los 70s" fue en realidad un grupo de fanáticos</span>. Yo los conocí, no estoy hablando de cosas leídas sino de cosas vividas. Me acuerdo por ejemplo de la noche en que cayó el gobierno de Cámpora. Yo salía a las once de la noche de la facultad con un santiagueño compañero de estudios cuando fuimos interceptados en la puerta por otro compañero. <span style="font-style:italic;">“¡De aquí no sale nadie, carajo!”</span> nos gritó <span style="font-style:italic;">“¡La facultad está tomada!”</span>. Ni siquiera sabíamos que militaba en la JP. Nosotros habíamos estado unas 15 horas en la facultad; queríamos irnos a casa. <span style="font-style:italic;">“Dejá de joder chango”</span> le dice el santiagueño, con su tono provinciano, tomándoselo medio a la chacota. <span style="font-style:italic;">“¡Dije que no se va nadie!”</span> repitió el otro, y desefundó un arma muy grande. Yo no entiendo nada de armas pero era un arma de guerra, estoy seguro. Veinte años tenía el pendejo. Lo que más me impactó, y más recuerdo de la historia es la <span style="font-style:italic;">mirada</span> que tenía ese chico cuando nos amenazaba. Era la mirada de un fanático. Un año antes ese pibe era uno más del grupo de primer año. Ya no lo era. Como el gordo de la historia anterior éste se había convertido en un evangelista del socialismo nacional. Otro ser unidimensional.<br />Obviamente después me cansé de ver personajes como este. Fanáticos, obsesionados con la revolución… y con la <span style="font-style:italic;">muerte</span>. No me acuerdo donde fue que leí que, cuando los militantes de JP cantaban el himno, el canto les salía medio anodino hasta que llegaban a la parte que dice <span style="font-style:italic;">“o juremos con gloria morir”</span>. Esa la gritaban. Porque era lo que anhelaban en el fondo: matar y morir con gloria. El grito franquista de <span style="font-style:italic;">“¡viva la muerte!”</span> les habría calzado muy bien. No casualmente muchos de ellos venían del nacionalismo católico. <br />Algún improbable lector podrá objetar en este punto que, para hacer una revolución, hay que volverse unidimensional. Un revolucionario sólo piensa en la revolución. Puede ser. Pero cabe preguntar entonces, ¿era tan necesaria una revolución social en la Argentina de los 70? Dejemos que conteste un ex militante de la ficción: <span style="font-style:italic;">“Hace cuarenta años, cuando teníamos quince o veinte y empezamos a meternos en política, la Argentina era un país bastante próspero. Todos lo sabemos, pero últimamente estuve mirando algunos números para ver si no nos equivocábamos, si no era otro de esos recuerdos que uno se fabrica. No era: la desocupación no era importante, la desigualdad no era tan bruta, había pobreza pero no miseria, las escuelas y los hospitales públicos funcionaban bien, había jubilaciones decentes, hasta había un futuro… Teníamos industrias en serio, fabricábamos coches, heladeras, aviones, había trenes que iban a todos lados, una flota mercante, las mejores editoriales en castellano… Entonces apareció nuestra famosa generación y decidió que ese país era un desastre”</span> (Martín Caparrós, <span style="font-style:italic;">A quien corresponda</span>).<br />Conclusión: no me hablen de la juventud idealista de los 70s. No me parece maravillosa en lo más mínimo. Y más que idealistas los veo como fanáticos. Denme para admirar más bien a gente común, con ideales pero capaz de disfrutar a la vez de las cosas aparentemente triviales de la vida. Y sobre todo, capaz de algo que para esos militantes de los 70s era impensable: <span style="font-style:italic;">dialogar</span>. De gentes como esta puedo llegar en ocasiones a ser un adversario; un enemigo, nunca.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-28232142262765967102010-07-31T19:08:00.002-03:002010-07-31T19:45:16.769-03:001984 es hoyReleí esta semana <span style="font-style:italic;">1984</span>, la novela de George Orwell. Hacía más de treinta años que la había leído por última vez. La recordaba como una buena novela, tal vez un poco menor. Me equivocaba. Es una gran novela, escrita por un tipo que, evidentemente, había meditado mucho sobre cuestiones de filosofía política. De los muchos aciertos de la novela voy a destacar sólo dos o tres; uno es el haber imaginado la <span style="font-style:italic;">telepantalla</span>, especie de televisor bidireccional, imposible de apagar, lo cual provee no sólo un panóptico perfecto sino además el medio para un adoctrinamiento sin pausas. Otro acierto es la <span style="font-style:italic;">neohabla (newspeak)</span>, nuevo idioma oficial que el partido gobernante está desarrollando para hacer imposible el formular pensamientos contrarios a su ortodoxia. Muchos años antes que Derrida, Orwell ya sabía que, más que dominar una lengua, es la lengua quien nos domina a nosotros.<br />Finalmente un acierto notable: ¿para que quiere el Partido el poder? Dejemos hablar al texto mismo: <span style="font-style:italic;">"el Partido quiere tener el poder por amor al poder mismo. No nos interesa el bienestar de los demás; sólo nos interesa el poder... El poder no es un medio, sino un fin en sí mismo. No se establece una dictadura para hacer una revolución; se hace la revolución para establecer una dictadura"</span>. Claro, ¿no? Tenebrosamente claro diría yo.<br />Orwell tenía en mente a las dictaduras fascistas de su tiempo y al stalinismo cuando escribió esta novela. La pregunta es, ¿sigue valiendo para el mundo de hoy? <br />Podría intentar responder con una disquisición filosófica pero prefiero hacerlo mediante una noticia que apareció en los diarios de hoy. Como muchos saben, al seleccionado de Corea del Norte no le fue demasiado bien en el último Mundial. La inverosímil consecuencia de esto fue que, a su regreso: <span style="font-style:italic;">"en un palco nada improvisado, los jugadores que integraron el seleccionado que perdió todos los partidos durante el Mundial, fueron blanco de los insultos, de los reproches, de las bajezas de unos 400 supuestos fanáticos (funcionarios, oficiales y estudiantes, en su mayoría), parados del otro lado del atrio. Escupitajos, proyectiles durante más de seis horas. Y los entusiastas jugadores -casi todos, amateurs- parados, inmunes, reprimiendo el deseo de contrarrestar tanta cobardía organizada. Hay más: Ri Dong Kyu, el relator de la TV pública, desde el atril, era el satisfecho encargado de destacar los desatinos de cada jugador, como si fuese un experto" (La Nación, 31/07/2010).</span> Pero esto no es todo, la noticia sigue: <span style="font-style:italic;">"El entrenador, siempre vigilado de cerca por un ejército de guardaespaldas, celosamente controlado en cada intervención pública (qué decía y. cómo lo decía) en los ensayos, y luego de cada golpiza deportiva, fue destinado a trabajos forzados. Será uno de los encargados de la construcción de una obra... Para peor, ha sido expulsado del Partido de los Trabajadores. Con todo el daño público que ello significa".</span><br />Si a algún improbable lector se le ocurre como cerrar esta nota con algo que esté a la altura de esta muestra de surrealismo sangriento que acabo de transcribir que por favor me la comente. Seguramente Orwell sabría como; yo no.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-22822546452509052932010-07-28T23:25:00.002-03:002010-07-28T23:25:27.811-03:00INTERLUDIO LITERARIO: Un cuento de SaerDe todos los libros que escribió Juan José Saer (1937-2005), sin duda alguna uno de los más importantes escritores argentinos (y de cualquier nacionalidad) de la segunda mitad del siglo XX, tengo una debilidad especial por <span style="font-style:italic;">Lugar</span>, su último libro de cuentos. Son cuentos breves, de engañosa simplicidad. Es un libro accesible a cualquier lector (no todos los de Saer lo son) de modo que lo recomiendo con fervor. Voy a detenerme aquí en uno solo de sus cuentos: <span style="font-style:italic;">Nieve de primavera</span>.<br />Como suele ocurrir en este libro, la anécdota del cuento es mínima: un matrimonio italiano, culto y de edad madura, pasea por Viena un primer sábado de primavera. Hay algo de exultante y de luminoso en esa mañana vienesa. De pronto una brusca tormenta de nieve oscurece el cielo y obliga al matrimonio a refugiarse en el primer lugar a mano, una taberna griega.<br />En la taberna el matrimonio es testigo, mientras toma una copa de vino blanco a la espera de que pase la tormenta, de una escena y de una conversación. La escena es protagonizada por una joven pareja y sus dos hijos pequeños. La esposa llama la atención por su fealdad; sin embargo <span style="font-style:italic;">"su hijo mayor, parado sobre la silla, le hacía continuas y desproporcionadas demostraciones de amor que, de tan intensas y absorbentes, le impedían a la madre mantener una conversación normal con su marido u ocuparse del nene que la reclamaba desde su cochecito".</span> El chico evidentemente, por celos o por lo que fuese, intenta llamar la atención de su madre pero, más allá de los posibles motivos, era obvio que <span style="font-style:italic;">"la mujer más fea del mundo era la más hermosa para su hijo, y que la rapsodia infinita de objetos diferentes que constituyen la música del universo, se resumía para la criatura en uno solo"</span>.<br />La conversación, por su parte, tiene lugar entre un anciano saludable, vulgar y antipático, y un hombre maduro que <span style="font-style:italic;">"parecía escucharlo con resignación"</span>. El anciano está exponiendo una filosofía de la vida que el propio texto resume en estos términos: <span style="font-style:italic;">"Un minuto de vida en buena salud, vale más que todos los inventos, todas las teorías y todas las reputaciones. Las pretendidas obras maestras de Brueghel el Viejo que conservan los museos de la ciudad y los imponentes monumentos arquitectónicos, no pesan nada en comparación con el sabor de este vino que, en este mismísimo momento, pasa a través de mis labios"</span>. Al salir de la taberna, el matrimonio concluye que <span style="font-style:italic;">"en los cafés de Viena las conversaciones tratarán de empirismo, de positivismo lógico y de muchas cosas más, pero habrá sido, es y será siempre en las tabernas griegas donde se discuta en serio de filosofía".</span><br />Ya está, ya Saer dispuso con maestría sus elementos. ¿Que nos dice esta historia tan mínima, tan simple en apariencia?<br />En primer lugar está la contraposición entre la luminosa mañana primaveral y la tiniebla que la súbita tormenta impone. Esta contraposición es paralela a una segunda: la del positivismo lógico que reina en los cafés de Viena y las cuestiones que se ventilan dentro de la taberna. Mi improbable lector no tiene por que saber qué es el positivismo lógico; baste aquí con decir que fue un movimiento filosófico nacido en Viena, que intentó crear una filosofía tan clara y exacta como la ciencia y la matemática. Que el cuento transcurra en Viena no es por lo tanto casual. Tampoco lo es que sea griega la taberna en la que están en juego cuestiones vitales: la belleza y el amor y el sentido mismo de la vida. <br />Viena, la República de Austria para ser exactos, tuvo realmente su luminosa primavera; fue justo antes de la 2da guerra. Gobierno socialista y filosofía científica; racionalismo arquitectónico y modernismo artístico; psicoanálisis, física cuántica y austromarxismo. El imperio de la razón y de las luces. La negra y helada tormenta del hitlerismo estaba esperando para irrumpir y terminar de un golpe con todo. Menos mal, parece decirnos Saer, menos mal que siempre está Grecia, lo que Grecia representa, la reflexión sobre las cosas últimas, las que de verdad preocupan y angustian a estos pobres seres que somos, y que constituyen la <span style="font-style:italic;">verdadera</span> filosofía, la que siempre está allí para rescatarnos del barro en el que de tanto en tanto caemos.<br />Nada mal para un cuento de un par de páginas, ¿verdad? Querido e improbable lector, dejá ya mismo de perder el tiempo con este blog de barrio y andá corriendo a comprar un ejemplar de <span style="font-style:italic;">Lugar</span>. Creeme que vale la pena.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-50856513728550365322010-07-22T17:28:00.003-03:002010-07-22T17:41:33.428-03:00PUÑETAZOS EN LA MESALa semana pasada recibí el número de junio del periódico barrial La Gran Aldea, de Villa Urquiza, barrio en el que vivo. Este número trae un recuadro en el que se nos informa que <span style="font-style:italic;">“Se fundó el peronismo K en la Comuna 12”</span>. Cuando uno lo lee se entera de que hubo un acto de inauguración de esta corriente político-barrial al que asistieron el secretario de cultura Jorge Coscia y el legislador Juan Cabandié, y que en dicho acto, un militante de la agrupación <span style="font-style:italic;">La Cámpora</span> al que la noticia identifica sólo como <span style="font-style:italic;">Pablo</span> declaró lo siguiente: <span style="font-style:italic;">“Tenemos que seguir saliendo a la calle, discutir, entender que cada uno de nosotros somos responsables de la parte que nos toca en el proyecto nacional, hay que discutir en el taxi, en el subte, en la cola del supermercado, y si en algún lugar alguien critica a Néstor o a Cristina, golpeamos la mesa y gritamos ¡viva Cristina carajo!”</span>.<br />No sé como escribir esta nota sin caer en la chicana fácil, pero es que la noticia en cuestión deja la pelota, por así decirlo, picando frente a la raya. El primer comentario obvio sería que llamar “La Cámpora” a una agrupación peronista es casi casi como llamar “La De La Rúa” a otra radical. Es poco menos que inverosímil que una agrupación lleve el nombre de aquel efímero presidente que, tras apenas cuarenta días de desastrosa gestión, fue obligado a renunciar (debería haber escrito <span style="font-style:italic;">echado a patadas en el culo</span>, pero no sé… este blog se me ha ido recatando poco a poco), obligado a renunciar, decía, por el mismísimo General Perón, y cuyo único “mérito” fue dejarle cancha libre a la izquierda peronista. Por debilidad ya que es casi seguro que no tenía ni la más mínima afinidad política con ella.<br />La segunda chicana muy obvia sería recordar quien fue el que pegó (al grito de <span style="font-style:italic;">“¡Aquí mando yo carajo!”</span>), el puñetazo en la mesa más famoso de nuestra historia. No sé si muchos lo saben: fue el General Uriburu tras derrocar a don Hipólito Irigoyen, inaugurando así la nefasta era de los golpes militares en nuestro país y dando inicio a la llamada <span style="font-style:italic;">Década Infame</span>. ¿La completo recordando también que el entonces Capitán Perón jugó un rol muy activo en ese golpe? <br />Pero dejemos esto. Y preguntémonos en cambio, ¿es un puñetazo en la mesa un argumento válido? Mi respuesta es decididamente <span style="font-style:italic;">no</span>; es más bien exactamente lo contrario: algo que sirve para impedir que un argumento se oiga. Para terminar una discusión de golpe, y no sólo metafóricamente.<br />Un puñetazo en la mesa puede llegar a ser necesario en ocasiones. Pero se trata de un recurso extremo. El mencionado Pablo parece proponerlo por el contrario como un método dialéctico habitual. Me parece muy peligroso. Lo es sin duda para quien intenta exponer su argumento crítico, ya que alguien cuyas ideas se despachan con un puñetazo en la mesa suele convertirse en alguien a quien se termina despachando con un puñetazo en la cara. Pero lo es también para el propio gobierno al que se pretende defender. <br />La lógica detrás del puñetazo en la mesa es la misma que divide al mundo en amigos o enemigos. Me imagino que si uno le pregunta a Pablo por qué propone ese método de “debate”, respondería algo así como: <span style="font-style:italic;">“¿Y que querés? Este país está lleno de hijos de puta. No los podés dejar hablar”.</span> <br />Concedo lo primero pero con una pequeña corrección: como dice Fito Páez, el <span style="font-style:italic;">mundo</span> está lleno de hijos de puta. Parece ser una consecuencia de cierta fruta comida en el Jardín de Edén. Pero, vamos, hay que matizar un poco. Junto a esa mala gente hay muchos otros, que no son ni golpistas, ni destituyentes, que critican para construir. Y lo hacen precisamente porque creen que mucho de lo que este gobierno ha hecho merece ser conservado e incluso profundizado, pero a la vez debe ser corregido. Ver al respecto en este mismo blog la nota del 26/06 llamada <span style="font-style:italic;">Más comentarios de EduA</span>. Esa nota, al igual que las que escribí sobre <span style="font-style:italic;">El modelo</span> -que es simplemente otro nombre para lo que Pablo denomina <span style="font-style:italic;">proyecto nacional</span>- no están escritas con mala leche sino con el legítimo deseo de ayudar proponiendo cambios.<br />Yo no soy nadie, es verdad. No hablo de mi. Pero, tipos como Rodolfo Terragno (por poner un solo ejemplo), ¿no merecen acaso ser escuchados, aun cuando sean críticos? No, lo dije mal: <span style="font-style:italic;">especialmente</span> porque son críticos. A esos no solo se los puede dejar hablar: se los <span style="font-style:italic;">debe</span> dejar hablar porque prestan un servicio precioso al propio gobierno al que critican.<br />Los puñetazos en la mesa, al igual que cualquier otra técnica para obligar a callar, son un signo de debilidad, no de fortaleza. En un sistema político sano las personas que exponen críticas fundadas son como las alarmas; sirven para alertar sobre desviaciones o fallas. De modo que hay que tener cuidado con los puñetazos en la mesa, no vaya a ser cosa que terminen finalmente tapando el sonido de la alarma del avión en el que todos venimos mal que mal intentando despegar.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-77704030594221035462010-07-13T17:19:00.000-03:002010-07-13T17:24:34.120-03:00LA IZQUIERDA, ¿TIENE SENTIDO HOY?<span style="font-style:italic;">“Durante mucho tiempo –incluso ahora mismo- cuando alguien ha observado con aparente condescendencia ‘ya no hay izquierdas ni derechas’, se supo de inmediato que era de derechas”</span>. (Fernando Savater – <span style="font-style:italic;">Sin contemplaciones</span>). Me gusta el comentario del genial y genioso filósofo español. Le creo además; no me cuesta mucho creerle en verdad. <br />Sin embargo, en los buenos viejos tiempos ser de izquierda significaba algo muy concreto: quería decir creer en el futuro del socialismo. En el horizonte de toda persona de izquierda estaba la propiedad social de los medios de producción. Había grandes discusiones, claro. Por ejemplo, si a eso se llegaba a través de reformas graduales por medios parlamentarios o mediante una revolución. Si convenía afianzar la revolución socialista en un país o llevar por el contrario la lucha al mundo entero. Estas cuestiones dividieron y subdividieron a las filas de la izquierda hasta extremos absurdos. Pero el horizonte estaba claro. Hoy en día lo único que está claro es que nada está claro, o al menos no tan claro como antes.<br />Ahondemos un poco: podría argumentarse que la propiedad social de los medios de producción nunca fue un fin en sí mismo sino un medio. El medio para conseguir el verdadero fin: la igualdad social. Que es la realización cabal y completa del ideal democrático. Se trata en realidad de una distinción muy importante. No se puede olvidar que el régimen nazi también estatizó medios de producción. Ernesto Sábato critica lúcidamente lo que él llama el sofisma de la estatización: <span style="font-style:italic;">“el socialismo es estatal, luego todo lo estatal es socialista”</span>, que olvida <span style="font-style:italic;">“que se puede estatizar para el bien como para el mal, en favor del pueblo como en su contra, para la paz y el bienestar común como para la guerra y el privilegio de una casta”</span> (Ernesto Sábato – <span style="font-style:italic;">Uno y el universo</span>).<br />Hoy en día muchos militantes de izquierda ya no creen que estatizar los medios de producción sea el mejor (ni mucho menos el único) camino para construir una sociedad más igualitaria. El ideal de la igualdad se mantiene sin embargo en pie. Parecería entonces que lo que define a la izquierda es la actitud respecto de la igualdad y la desigualdad. Es lo que sostiene el gran politólogo italiano Norberto Bobbio, que afirma que <span style="font-style:italic;">“el criterio más frecuentemente adoptado para distinguir la derecha de la izquierda es la diferente actitud que asumen los hombres que viven en sociedad frente al ideal de la igualdad” </span>(Norberto Bobbio – <span style="font-style:italic;">Izquierda y derecha</span>). Esa diferencia de actitud podría sintetizarse diciendo que, para la derecha, la desigualdad es producto de algo parecido a una ley natural y sería por lo tanto poco sano intentar eliminarla; para la izquierda, por el contrario, se trata del producto de instituciones creadas por los seres humanos y, como tales, modificables y perfectibles. Precisa Bobbio más adelante en el mismo libro que <span style="font-style:italic;">“cuando se atribuye a la izquierda una mayor sensibilidad para disminuir las desigualdades no se quiere decir que ésta pretenda eliminar todas las desigualdades o que la derecha las quiera conservar todas, sino, como mucho, que la primera es más igualitaria y la segunda más desigualitaria”.</span><br />Creo que el crtiterio que Bobbio define es válido. Sin embargo, y sin ánimo de polemizar con él (¿cómo podría atreverme?) me arriesgo a sugerir un criterio adicional para caraterizar a la izquierda genuina, criterio que, en mi opinión, sirve para distinguirla del mero <span style="font-style:italic;">populismo</span>: ser de izquierda implica entroncarse con ese vasto movimiento cultural, social y político que comenzó en el Renacimiento y que continuó con la Reforma eclesiástica, con las revoluciones democráticas burguesas (la francesa y la estadounidense sobre todo) y con el socialismo y las luchas obreras. Ese movimiento es lo que, en términos generales, suele conocerse como <span style="font-style:italic;">Ilustración</span> o <span style="font-style:italic;">Modernidad</span> y que, según el pensador alemán Jürgen Habermas constituye un proyecto inacabado. Sería justamente tarea de la izquierda el continuarlo y llevarlo a su término.<br />El proyecto de la Modernidad trae consigo la convicción de que la historia, como lo muestran esos grandes acontecimientos, puede progresar gracias a la acción humana hacia un estado de mayor conocimiento, libertad e igualdad. Tan importante es para la izquierda esta creencia en el progreso que hoy en día el término izquierdista casi se ha reemplazado por el equivalente de <span style="font-style:italic;">progresista</span>. <br />Para redondear entonces, me parece que en un mundo tan marcado por la desigualdad y la miseria, ser de izquierda sigue teniendo muchísimo significado. Y es el expresado por la convicción inquebrantable de que los seres humanos, ejerciendo su libertad y su razón, pueden darle un sentido a la historia, haciendo <span style="font-style:italic;">“menos grande la desigualdad entre quien tiene y quien no tiene, o a poner un número de individuos siempre mayor en condiciones de ser menos desiguales respecto a individuos más afortunados por nacimiento y condición social”</span> (Norberto Bobbio, <span style="font-style:italic;">Izquierda y derecha</span>). <br />Un poco embrollado tal vez, ¿no? Se puede decir mejor pero necesito para eso la ayuda de un gran escritor: <span style="font-style:italic;">“El socialismo, tal como ha sido expuesto por sus teóricos —marxistas o no—, es algo más que la nacionalización de la producción y del consumo: es un movimiento profundamente moral, destinado a enaltecer al hombre y a levantarlo del barro físico y espiritual en que ha estado sumido en todo el tiempo de su esclavitud. Es, quizá, la interpretación laica del cristianismo”</span> (Ernesto Sábato – <span style="font-style:italic;">Uno y el universo</span>).Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-83946677060662925792010-07-08T12:00:00.000-03:002010-07-08T12:23:42.008-03:00SOBRE JOSÉ PABLO FEINMANNAlgún improbable lector de este blog, si es que ha leído las entradas (mias y ajenas) acerca del “modelo”, podría llegar a razonar así: este señor criticó al modelo, ergo es anti-kirchnerista. José Pablo Feinmann ha apoyado al kirchnerismo. Conclusión: este señor criticará impiadosamente a JPF. <br />Y bien, no. El hipotético lector se equivocaría más que yo en el Prode del Mundial. Ante todo porque yo no soy anti-kirchnerista. Ni kirchnerista. Sólo trato de ejercer, dentro de lo que mis limitadas luces lo permiten, la relegada virtud del pensamiento libre. Nada más.<br />Pero hay una razón mucho más fundamental. Y es que a mi me importan un bledo las opiniones políticas de los escritores. En el panteón de mis héroes literarios conviven el conservador Borges, el peronista Marechal, y el comunista Cortázar entre muchos otros. La única condición que exijo para ingresar a ese modesto panteón es esa cualidad que no sé definir muy bien, y a la que el único nombre que sé darle es <span style="font-style:italic;">“escribir bien”</span>. Y JPF escribe bien, muy bien. Condenadamente bien escribe. Y voy a arriesgar acá una hipótesis propia: creo que una prosa, como la suya, que fluye sin ripios, con el ritmo justo, sin “chirriar” por ningún lado, tiene algo que trasciende lo estético, o lo meramente retórico. Esa prosa revela con precisión la forma verdadera de lo que pretende expresar y eso es lo que le da su belleza. Es nada menos que la belleza de la verdad.<br />Toda la obra de JPF (toda su vida iba a escribir) es una reflexión sobre el mundo y, en particular, sobre este malhadado pedazo del mundo en el que nos ha tocado vivir. JPF es filósofo siempre, pero su pensamiento, riquísimo y provocador, está disperso en sus ensayos, en sus novelas, en sus artículos y hasta en sus guiones cinematográficos. Es entonces un escritor al que habría que leer completo, de punta a punta. Pero no me resigno a no mencionar y recomendar algunas de sus obras.<br />El primer libro suyo que leí fue <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">La sangre derramada</span></span>, un estudio sobre la violencia política. No se trata sólo de un libro muy bueno; se trata de un libro fundamental. Cualquiera que desee reflexionar sobre este tema, en especial sobre la violencia política en la Argentina, <span style="font-style:italic;">debe</span> leer este libro. Una de sus partes se lee como una apasionante novela que muestra cómo la violencia atraviesa toda nuestra historia, desde el fusilamiento de Liniers hasta el asesinato de Urquiza. Y concluye con la inquietante tesis de que <span style="font-style:italic;">“la modernización argentina fue profundamente antidemocrática. Por tal motivo fue profundamente violenta”</span>.<br />Es significativo que el tema de la violencia política reaparezca años después en una de sus novelas, <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">Timote</span></span>, que narra los hechos del secuestro y el asesinato de Aramburu. Y ya estaba antes en una notable pieza teatral, <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">Cuestiones con Ernesto Che Guevara</span></span>. Es una muestra de la unidad de la obra ensayística y de ficción de JPF.<br />Hay otro de sus ensayos que me es particularmente entrañable. Se trata de <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">La filosofía y el barro de la historia</span></span>, que leí en su forma original de fascículos, bellamente ilustrados por Rep, y que conservo cuidadosamente encarpetados con la esperanza de que el tiempo no sea impiadoso con ellos. El deslumbramiento que esta obra me produjo fue de aquellos que pocas veces se dan en la vida. Me reveló que la filosofía, al menos desde Descartes hasta hoy, está metida de lleno en el barro y la sangre, en las pasiones, las grandezas, las angustias y las mezquindades de los seres humanos. Es una obra extensa y apasionante aunque no fácil, ya que en la opinión (correctísima) de JPF, la filosofía no puede ser divulgada; siempre requiere un esfuerzo por parte del lector. <br />Salteándome muchísimas obras capitales paso ahora a sus novelas. En primer lugar a la trilogía de novelas “filosóficas” formada por <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">La astucia de la razón</span></span>, <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">La crítica de las armas</span></span> y <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">La sombra de Heidegger</span></span>. En la primera de ellas, tal vez la que más me gusta de todas, cuatro jóvenes estudiantes entre los cuales se encuentra Ernesto Epstein, alter ego del autor, discuten una noche en la playa acerca del sentido último de la filosofía. La discusión recrea con maestría el clima espiritual de los años 60, ese clima formado por marxismo, luchas anticolonialistas, resistencia peronista y revolución social a la vuelta de la esquina. Pero en capítulos alternados la acción se traslada a 1977, con Pablo Epstein ahora acechado doblemente por la muerte: la de las bandas asesinas del Proceso y la del cáncer de testículo que, en palabras de su analista lacaniano, Epstein <span style="font-style:italic;">“hace”</span> en esos años, (las sesiones con el analista lacaniano, narradas en clave humorística, son sencillamente desopilantes). El efecto de la superposición de las dos historias es demoledor, y muestra, en un plano personal y general a la vez, el derrumbre de las ilusiones de cambiar el mundo y también de encontrarle un sentido a la historia. La escritura es por momentos exasperante; es el lenguaje del maníaco obsesivo en el que Epstein se ha convertido. En la época de la supuesta muerte del sujeto, el sujeto Epstein está omnipresente dentro de la novela. <br />Con La sombra de Heidegger el lector hace una experiencia notable: cree estar leyendo una novela interesantísima y atrapante. Al terminar se da cuenta que ha cursado además una notable introducción al pensamiento del filósofo más importante del siglo XX.<br />JPF ha escrito también varias excelentes novelas policiales, algunas de pura <span style="font-style:italic;">bizarrerie</span> como <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">Los crímenes de Van Gogh</span></span> o <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">El cadáver imposible</span><span style="font-weight:bold;"></span></span>, ambas muy divertidas. Pero querría detenerme en sus dos policiales negros: <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">Últimos días de la víctima</span></span>, de la que existe una notable versión cinematográfica dirigida por Aristarain, y mi favorita: <span style="font-style:italic;"><span style="font-weight:bold;">Ni el tiro del final</span></span>, que me atrevo a calificar como una de las mejores novelas de su género que he leído (aclaro que estoy familiarizado con Chandler, Hammett, Sciascia y otros). Los derrotados antihéroes de esta novela son dos de los jóvenes filósofos de <span style="font-style:italic;">La astucia de la razón</span>, sólo que muchos años después, otra muestra de la profunda unidad de toda la obra de JPF. Es la que suelo recomendar a los lectores menos avezados, que invariablemente me agradecen el consejo después de leerla.<br />Alguna vez ideé una metáfora, no muy bien lograda, que dice que un libro es una máquina de pensar. Quería decir que un libro tiene valor si nos ayuda a pensar ideas nuevas, o a ver las cosas desde una perspectiva diferente. Si esto es así, los libros de JPF han cumplido sobradamente el objetivo, al menos para mi.<br />Tengo por lo tanto una enorme deuda de gratitud con José Pablo. Me gustaría poder cerrar este artículo diciendo que espero poder pagársela algún día. Pero eso no sería realista. Sé que nunca voy a devolverle lo que sus libros me dieron. Ni a él ni a ningún otro de mis escritores amados. Entonces voy a ser totalmente franco: espero que José Pablo siga incrementando la deuda con nuevos libros que me sigan enriqueciendo y brindando tanto placer como los anteriores. Los espero ansiosamente.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-62017291354192212292010-07-03T22:23:00.000-03:002010-07-03T22:31:46.698-03:00DON GIL DE OTO Y EL BICENTENARIOMi esposa, que es una persona muy inteligente (no estoy siendo irónico; lo es y de verdad), las raras veces en las que discutimos suele decirme: “no empieces con tu <span style="font-style:italic;">filosofía</span>”. Y claro, es que su inteligencia es de índole pragmática, no especulativa como la mia. Por suerte. De lo contrario ya estaríamos viviendo entre ruinas e iluminados por velas donadas por algún vecino caritativo. Pero en algo se equivoca, y es que la filosofía, es la cosa más práctica del mundo. Y esto parece una paradoja pero no lo es; nuestra visión de la realidad determina lo que valoramos y cómo actuamos. Y si no fíjense en el caso de España.<br />España “descubre” América, como todos saben, en 1492, poco después (y como consecuencia de) la caída de Constantinopla, que los historiadores suelen señalar como el fin de la Edad Media y comienzo de la Moderna. Es una época de grandes cambios en el mundo occidental. Los artistas y los filósofos redescubren la naturaleza. La actitud de recogimiento espiritual del Medioevo da lugar a un sentimiento progresivamente profano. Los hombres quieren entender; no quieren dogmas, quieren razones. Y no sólo quieren entender, también quieren dominar el mundo. Empieza a gestarse ese vasto movimiento cultural, científico, y artístico que llamamos <span style="font-style:italic;">Modernismo</span>, que es el contexto en el que va a surgir ese otro vasto movimiento social, económico y político que llamamos <span style="font-style:italic;">Capitalismo</span>.<br />Ahora bien, el Modernismo tiene dos motores que lo impulsan: la <span style="font-style:italic;">razón</span> y el <span style="font-style:italic;">dinero</span>. España, con la conquista de América, redondea un buen imperio y tendrá abundantemente uno de los dos: el dinero. Pero nunca va a lograr transformarse culturalmente, es decir: <span style="font-style:italic;">filosóficamente</span>. Debido a lo cual no logra entrar en la modernidad. Muchos recordarán los versos de la letrilla satírica <span style="font-style:italic;">Poderoso caballero es don Dinero</span>, de Francisco de Quevedo:<br /><br /><span style="font-style:italic;">"Nace en las Indias honrado, <br />Donde el Mundo le acompaña; <br />Viene a morir en España, <br />Y es en Génova enterrado. <br />Y pues quien le trae al lado <br />Es hermoso, aunque sea fiero, <br />Poderoso Caballero <br />Es don Dinero"</span><br /><br />O sea, España traía el dinero de las Indias pero, al no haber hecho el cambio cultural, no había desarrollado ni las ciencias, ni la banca, ni la industria, con lo cual ese dinero terminaba migrando a las mucho más dinámicas repúblicas italianas. La banca moderna nació en las ciudades italianas del Renacimiento (la palabra misma es itálica) y del mismo origen es la ciencia moderna, fundada por Galileo. Claro, después la Iglesia, con mucha perspicacia, se dio cuenta cabalmente del impacto que el nuevo movimiento podía llegar a tener para su poder y, en fin, ya conocemos la historia. Y el eje de la modernidad se trasladó a otras latitudes más propicias, Inglaterra por ejemplo.<br /><span style="font-weight:bold;">Lateralidad</span>: hoy parece ser de buen tono criticar a Ernesto Sábato. Hay sin embargo un libro suyo en el que explica este proceso brillantemente. El libro se llama <span style="font-style:italic;">Hombres y engranajes</span>, y es además muy grato de leer. Lo recomiendo calurosamente.<br />Volvamos. España se queda entonces fuera de la modernidad capitalista por razones sobre todo culturales, <span style="font-style:italic;">filosóficas</span> digamos (¡pucha que había sido cosa práctica la filosofía!) e inicia un lento e implacable proceso de decadencia. <span style="font-style:italic;">“Desde 1580 cuanto en España acontece es decadencia y desintegración”</span> dice Ortega y Gasset en <span style="font-style:italic;">España invertebrada</span>. Y el naciente Imperio Británico la va a hostilizar sistemáticamente hasta hacerle perder a la larga su imperio y todo su poderío.<br />No todo es tan lineal en la historia y, con la llegada de los Borbones al trono, España hace un intento de asimilarse a la modernidad. Durante el reinado de Carlos III, su ministro el Conde de Aranda tiene <span style="font-style:italic;">“la feliz idea de constituir una especie de “commonwealth” hispánico, abriendo tres tronos americanos con príncipes españoles, idea retomada en 1803 por Godoy y esfumada entre tantos proyectos grandiosos de todos los tiempos pasados al archivo”</span> (Salvador Ferla, <span style="font-style:italic;">Historia Argentina con drama y con humor</span> – recomiendo fervorosamente la lectura de este libro delicioso y aleccionador). Pero la cosa no era nada fácil. Para volver a citar a Ferla, España tenía que <span style="font-style:italic;">“mantener a toda costa el dominio del Atlántico, intentar su propio desarrollo económico, vigorizar su comercio interno, crear una <span style="font-weight:bold;">filosofía</span> adecuada de la cosmovisión católica y planificar la cohesión nacional mediante una deliberada integración de las colonias con la metrópoli y de las clases sociales entre sí”</span> (las negritas son mias). No lo va a lograr. Con la llegada de Fernando VII al trono (un <span style="font-style:italic;">cretino</span>, como lo califica Ferla) Godoy cae en desgracia y España se derrumba definitivamente.<br />Ahora que acabamos de celebrar el Bicentenario es interesante repensar en todo este proceso que acabo de reseñar con gruesas pinceladas, ya que explica por qué en 1810 nuestros patriotas querían huir de todo lo hispánico como del mismísimo demonio. España era para ellos el atraso, el mundo que moría. Mientras que Inglaterra era el mundo nuevo, el de la modernidad. ¿Puede sorprender entonces que los hombres de mayo se sintieran atraidos por Inglaterra y repelidos por España? Esto explica claramente cómo pudo ocurrir que San Martín, capitán del ejército español y condecorado en Bailén, volviese a su América natal para unirse a la causa independentista. ¿Qué pudo haber habido alguna injerencia de la Masonería allí? Sin duda, pero la Masonería era parte de lo mismo; era parte de la cosmovisión moderna, parte de la nueva filosofía.<br />¿Qué tiene que ver a todo esto el pobre Gil de Oto de quien ya me ocupé en la entrada anterior? Resulta que en un libro llamado <span style="font-style:italic;">¡Viva España!</span> <span style="font-style:italic;">“don Manuel deviene una suerte de virrey Cisneros redivivo, y, decepcionado ante la ausencia de un síndrome de culpa, no puede explicarse qué demencial razón llevó a la Argentina a independizarse de España”</span> (Fernando Sorrentino, <span style="font-style:italic;">El forajido sentimental</span>). Trancribo los versos que don Gil escribe en el mencionado libro:<br /><br /><span style="font-style:italic;">“Este pueblo insensato,<br />debe justificar el arrebato<br />que le alzó contra ti, y hoy, madre mía,<br />este retoño ingrato,<br />completa su primera felonía<br />y ofende complacido tu memoria <br />porque al negarte, afirma su civismo,<br />callando tu valer, funda su Historia,<br />y odiarte es su virtud de patriotismo”</span><br /><br />¿Cómo se lo iba a explicar si él mismo fue un símbolo perfecto de esa España que, al decir de Abelardo Castillo, entraba en el siglo XX a contrapelo del mundo?<br />Sorrentino termina su artículo con estas palabras: <span style="font-style:italic;">“Siendo España y los españoles un país y un pueblo por los que los argentinos sentimos tanto afecto y con los que compartimos una importante zona de la cultura, ¡qué extraños suenan hoy estos resentimientos y estas quejas...! Si ahora los traigo de nuevo a la luz, no es para avivar imposibles rencores, sino como mera curiosidad particular que corresponde a un preciso período de nuestra historia”</span>. Lo comparto en buena parte, pero creo que además de ser una curiosidad, y más allá de lo risible del personaje, los versos de don Gil abren reflexiones importantes para entender el proceso histórico de España, del cual la Revolución de Mayo fue parte. O sea: entender el origen mismo de nuestro país. Nada menos que esto. Es lo que he intentado hacer en este modesto artículo; mis improbables lectores juzgarán con qué suerte.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-3749868877608676680.post-87530755369683170512010-06-27T21:56:00.000-03:002010-06-27T22:02:14.025-03:00Las alarmas del viajero Gil de OtoSupe de la existencia del <span style="font-style:italic;">“colérico censor español del tiempo del Centenario”</span>, don Gil de Oto, a través del muy agradable libro <span style="font-style:italic;">El forajido sentimental</span> de Fernando Sorrentino. Gil de Oto, pseudónimo del madrileño Miguel Toledano de Escalante, visitó la Argentina a principios del siglo XX y en 1916 publicó un libro llamado <span style="font-style:italic;">La América que yo he visto</span>, en el que relata en verso sus impresiones de viaje. ¡Lo que me he reído, por Dios!<br />Claro, no me he reído <span style="font-style:italic;">con</span> don Gil de Oto. Me he reído <span style="font-style:italic;">de</span> don Gil de Oto, que no es lo mismo. Me he reido de su obtuso provincianismo. De sus prejuicios. De sus horrendos versos (aunque alguno ingenioso también tiene, seamos justos).<br />A don Gil la Argentina le pareció, sin más, abominable. Y esto esencialmente por tres razones: la primera de ellas es curiosa, porque se trata de una característica real de nuestro país, pero que en general se suele considerar una de sus virtudes. Me refiero a su carácter de <span style="font-style:italic;">crisol de razas</span>. Esto le inspira a nuestro viajero los siguientes versos:<br /><br /><span style="font-style:italic;">“Me despierta un mucamo filipino,<br />un griego me da el té, un ruso el baño,<br />es mi hotelero un japonés huraño,<br />el portero alemán, y el groom es chino.<br />Son las calles revuelto torbellino<br />de gentes de cien razas”</span><br />etc<br /><br />Otro poema narra las vicisitudes de un joven español recién llegado a estas tierras:<br /><br /><span style="font-style:italic;">“Muy joven y sin dinero,<br />llegó el marido de España,<br />y, por amor o codicia, <br />casó con una italiana.<br />Apadrinaron la boda<br />un franco-alemán, de Alsacia,<br />un caballero rumano,<br />un japonés y un croata.<br />Tuvo el matrimonio un hijo<br />argentino, que amamanta<br />una señorita inglesa,<br />que aunque señorita, es ama<br />porque anduvo en amoríos<br />con un portugués pirata,<br />que la [sic] hizo un feo muy grande<br />y una pequeña, no guapa.<br />Tiene el padre a su servicio<br />un mucamo que es de Holanda,<br />y la madre, por doncella,<br />tiene una señora austriaca.<br />Para arreglar el condumio<br />a estas gentes de seis razas<br />hay un cocinero belga,<br />al que auxilia una ayudanta<br />nacida en el Indostán,<br />de un polaco y de una bávara,<br />y mujer de un hotentote,<br />hijo de una escandinava,<br />casada en Madagascar,<br />y fallecida en Pampanga.<br />No es excepción (os lo juro)<br />la familia bosquejada”</span><br /><br />Exageraciones al margen (dudo que hubiese muchos inmigrantes del Indostán o de Madagascar en el Buenos Aires del 900) son dignos de nota los prejuicios de este señor. No concibe la posibilidad de que un joven español se case con una italiana por amor; tiene que ser por <span style="font-style:italic;">codicia</span>. El concepto <span style="font-style:italic;">“portugués”</span> queda íntimamente asociado al de <span style="font-style:italic;">“pirata”</span>. Y además los horrores idiomáticos que comete: <span style="font-style:italic;">“que la hizo un feo muy grande”</span> o <span style="font-style:italic;">“austriaca”</span>, sin el correspondiente tilde en la “i”. <br />La segunda razón del desprecio de don Gil hacia la Argentina es la aparente fealdad de sus hombres que, inexplicablemente, contrasta con la belleza de sus mujeres. Nuestro viajero de marras no parece haberse detenido a pensar en el curioso fenómeno biológico que esto implicaría. Un ejemplo se puede ver en los versos siguientes:<br /><br /><span style="font-style:italic;">“[Dios] agotó sus tesoros para con ellas,<br />dejando a los varones desheredados” </span><br /><br />O estos:<br /><br /><span style="font-style:italic;">“Los varones son tristes como un abismo,<br />la mujer toda audacia fina y coqueta,<br />tienen ellas las gracias del Paganismo,<br />ellos estupideces de anacoreta.<br />Alzan ellas los ojos, luciendo soles,<br />ellos van rastreantes como gusanos,<br />ellas son desprendidas como españoles,<br />ellos son codiciosos como gitanos”</span> <br /><br />El prejuicio racista de los dos últimos versos es sencillamente incalificable.<br />Finalmente, la tercera razón del odio de don Gil reside en el hecho de que en la Argentina se hable un castellano diferente al de Castilla. Copio directamente a Fernando Sorrentino (obra citada):<br /><br /><span style="font-style:italic;">“He aquí algunas de las voces que reprueba, y cuya “traducción” prodiga en los versos: sándia [sic: debería ser sandia] = sandía; salame = salchichón; chaucha = judía; tapado = abrigo; pollera = falda; galera = sombrero; pava = cafetera; pedido = petición; mucamo = sirviente; patrón = amo; reclamo = reclamación; vos = tú; chiao [sic por chau] = adiós; atorrante = golfo; sonso = abobado; boliche = tenducho; conscripto = soldado; aviso = anuncio; occiso = asesinado; vení = ven; salí = sal; soda = agua de Seltz; kerosén = petróleo; pelada = calva; biaba = trompazo.<br />En esta enumeración, no alcanza a discernir cuáles son términos lunfardos y/o<br />pintorescos, y cuáles, variantes meramente regionales”.</span><br /><br />Como bien señala Sorrentino en su libro, don Gil de Oto se anticipó en tres décadas a la miopía del famoso filólogo español Américo Castro, que expuso argumentos muy parecidos en su obra <span style="font-style:italic;">La peculiaridad lingüística rioplatense</span>. Esta obra fue demolida a la vez por Borges y por Sábato con argumentos que son a la vez muy divertidos y totalmente irrebatibles. La de Borges está en el ensayo <span style="font-style:italic;">“Las alarmas del doctor Américo Castro”</span>, que forma parte de <span style="font-style:italic;">Otras inquisiciones</span>, cuya lectura recomiendo encarecidamente. Sábato por su parte dice que el casticismo <span style="font-style:italic;">“según se sabe, consiste en escribir como si vivéramos cuatrocientos años atrás en Talavera de la Reina”</span>. Y agrega que, de las muchas maneras de impedir la comunicación entre los hombres <span style="font-style:italic;">“ésta es la más apreciada por los profesores de gramática” (Ernesto Sábato, Heterodoxia)</span>.<br />Infalible en el error, don Gil toma al mote de gallego que, ya en el 1900, se aplicaba aquí a todos los españoles con intención habitualmente afectuosa, como una suerte de insulto:<br /><br /><span style="font-style:italic;">“Que conste ante todo que<br />el español de Occidente,<br />como el del Sur y el de Oriente,<br />son aquí gallegos de...<br />una cosa maloliente”</span><br /><br />Que jamás los argentinos sintieron odio ni resentimiento ninguno hacia la Madre Patria es un hecho tan evidente que no necesita ninguna argumentación. Lo era mucho más aun en aquellos tiempos, en los que muchísimos argentinos eran descendientes directos de inmigrantes españoles recientes.<br />Es fama que Paul Groussac opinó que la <span style="font-style:italic;">Historia de la Literatura Argentina</span> de Ricardo Rojas era más extensa que la literatura argentina. Salvando las distancias, este modesto escrito corre el albur de que le ocurra lo mismo con el artículo de Sorrentino. Lo dejo por lo tanto aquí. Pero prometo volver a don Gil de Oto en otra entrada posterior de este blog.Richardhttp://www.blogger.com/profile/15120816353016501372noreply@blogger.com0